JUEVES
Lucas 11,5-13
5Y
les dijo: Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la
medianoche y le dice: "Amigo,
préstame tres panes, 6pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no
tengo nada que ofrecerle"; 7y, desde dentro, aquel le responde:
"No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos
acostados; no puedo levantarme para dártelos"; 8os digo que, si
no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se
levantará y le dará cuanto necesite. 9Pues yo os digo a vosotros:
Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; 10porque
todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. 11¿Qué
padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar
del pez? 12¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? 13Si
vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?
COMENTARIO
5 Y
les dijo: Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la
medianoche y le dice: "Amigo, préstame tres panes, 6 pues uno
de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle"; 7 y,
desde dentro, aquel le responde: "No me molestes; la puerta ya está
cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para
dártelos"; 8 os digo que, si no se levanta y se los da por ser
amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto
necesite.
La
segunda parte de la secuencia contiene una parábola. El marco narrativo
de la parábola es lo que sucede en Palestina. Los viajes se hacen cuando el sol
no calienta, por eso es normal la llegada de noche. Todo sucede en un ambiente
de amistad. Así ha de ser la oración, “relación
de amistad con quien sabemos nos ama” (Santa Teresa de Jesús). El amigo se
atreve a despertarlo porque sabe que es amigo, y el que se despierta lo hace
por un amigo. La amistad permite acudir a medianoche,
como despertarse porque el amigo ha venido a pedir.
No se nos dice porqué no tiene
pan. Pero sí que este personaje sigue los principios de la entrega, contrarios
a la ambición y a almacenar para sí mismo de manera egoísta, como se ve en
oración del Padre nuestro, danos hoy el
pan de cada día Lc 11,4. Ese modo de vivir auténtico da la seguridad y la
confianza en que el amigo le dará de la plenitud que necesita, tres panes.
No importa la hora, ni las
circunstancias, ni la aparente y lógica resistencia. Cuando un amigo auténtico
acude en una situación de apuro a otro amigo, aunque sean horas intempestivas,
no puede admitir un “no” como respuesta. Por lo tanto, dirá Jesús, la oración
es cuestión, también de insistir. Cuando se pide con estas premisas, no hay un
“no” posible. El que recibe una petición así no podría dormir tranquilo. Si los
seres humanos no actuamos así, menos lo hará Dios, que tiene entrañas de
misericordia.
La escena de la parábola sucede a
medianoche, símbolo de la hora en que
viene el esposo y conviene estar dispuesto para abrirle. No hay amigo
inoportuno, todo el que viene a nosotros a pedirnos la plenitud de lo que le
falta, tres panes, no es un
cualquiera, no es sólo un amigo. Es alguien en el que se hace presente la
imagen del esposo que viene a medianoche.
La parábola, de todos modos, nos
lleva a una situación de suspense: el amigo, ¿se levantó o no para darle los
tres panes para el otro amigo? Aquí se interrumpe el relato. Todo era una
pregunta de Jesús, una interpelación a sus oyentes, a los discípulos de
entonces y de ahora. Una pregunta que llevaba implícita la respuesta negativa
¿quién de vosotros haría eso? Ninguno, nadie. Pues el Padre del cielo, mucho
menos.
Así, podemos extraer dos mensajes
de esta parábola:
-
Dios da a pesar de las múltiples reservas que
pudiese tener, no rechaza nunca a los amigos.
-
Nosotros podemos seguir el ejemplo del que nos
pide. No hemos de vacilar nunca, sino insistir siempre. Al final, Él da todo lo que necesites.
9 Pues
yo os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os
abrirá; 10 porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y
al que llama se le abre. 11 ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le
pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? 12 ¿O si le pide
un huevo, le dará un escorpión? 13 Si vosotros, pues, que sois
malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo
dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?
A continuación se pone una serie
de ejemplos entresacados de la vida cotidiana. Para concluir con una frase
lapidaria Si vosotros, pues, que
sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del
cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden? A diferencia de Mateo Mt 7,11: dará
cosas buenas, Lucas explicita que el don por excelencia es el Espíritu Santo. La comunidad no tiene
que pedir cosas materiales: es necesario que concentre su oración en el don del
Espíritu, la fuerza de que Dios dispone para llevar a cabo el proyecto de
comunidad fraterna que propugna Jesús.
Hay que
pedir con la insistencia y la libertad con que se pide a un amigo y con la
confianza de saber que seremos escuchados, pues si nosotros respondemos a las
peticiones de nuestros seres queridos, mucho más cierta será la respuesta del
Padre Dios si le pedimos para esta tierra un pedazo de cielo: su Espíritu, su
vida, su presencia permanente en un mundo que con Él nosotros nos comprometemos
a hacer a su medida.
Si
nuestras oraciones no encuentran respuesta puede deberse a que o no nos
dirigirnos al Padre o que pedimos
demasiado poco porque nos da miedo, porque nos parece demasiado compromiso
pedir el cielo.
OTROS
COMENTARIOS
REZAR,
¿PARA QUE?
Que la
oración está en crisis es algo que no hace falta demostrar. Los cristianos,
casi en desbandada, se han apartado de las prácticas tradicionales de oración:
meditaciones, rezos, ejercicios espirituales, retiros. La misma palabra
«oración» está devaluada. Rezar, ¿para qué?, se pregunta mucha gente. Más vale
hacer más y rezar menos, se oye decir. Hacer es ya, en cierto modo, rezar.
Hoy
tiene prioridad la acción, la opción por los oprimidos, el amor a los
marginados, la lucha por la justicia. Esto es lo específico del cristiano, se
suele oír. Lo de rezar está pasado de moda.
Por
otro lado, la creciente secularización del viejo y cristiano continente y la
politización de los cristianos en el tercer mundo parecen hacer ineficaz, si
bien por diferentes razones, la práctica de la oración cristiana.
A la
oración le llegan ataques desde todos los ángulos. Tras Freud, ha sido la
psicología quien la ha sentado en el banquillo. Según esta ciencia, 'la oración
es para muchos una creación de su fantasía delirante, o una proyección
narcisista de la propia imagen en un pretendido diálogo yo-tú que equivale, en
realidad, a un diálogo yo-yo, un espejo donde uno se ve, se habla y se responde
a sí mismo, o un situarse ante un Dios que castiga toda transgresión e impone
la sumisión ante su ley: un diálogo en torno a la culpa, la
rebelión-dependencia, los propósitos y conversiones, un suplicio del que se
intenta escapar sin resultado, pues ese Dios, especie de superyó, persigue
al orante de modo implacable para que acabe de rodillas ante él.
Ante
tanta acusación, muchos cristianos han abandonado la práctica de la oración y
se han lanzado a la vida.
Lo que
la psicología dice y lo que el hombre moderno sospecha no está desprovisto de
razón ni es del todo nuevo. En el evangelio, Jesús critica distintos modos o
métodos judíos de oración, entendida como el narcisismo espiritual del fariseo
en la parábola del fariseo y el publicano, donde se condena la
autoafirmación egoísta de aquél Lc 18,9-14, o la falta de pobreza ante Dios de aquellos que oran en las calles y plazas
haciendo de la oración obra de exhibicionismo Mt 6,5, o la de los que reducen
la oración a pura palabrería, al fatigar
a los dioses de la religión
pagana Mt 6,7, o la instrumentalización opresora de los letrados, que se comen
los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos Mc 12,40.
No por
ello consideró Jesús que la oración fuese inútil, baldía, vana, alienante. Todo
lo contrario. Él mismo aparece orando en los evangelios.
Con las
palabras del llamado “padre nuestro” trazó Jesús las líneas maestras de toda
oración. Lástima que, de tanto recitarlas, las hayamos reducido a pura
monotonía. Orar, según Jesús, es dirigirse a Dios como Padre, pedirle que venga
su reino de justicia y amor y empeñarse en hacerlo presente en nuestro mundo,
esperar de él cada día el pan de mañana, sin acumular o acaparar bienes, estar
dispuesto a perdonar como garantía del perdón divino, no ceder a la tentación
del poder o del triunfalismo.
Una
oración dentro de estas coordenadas no es ni narcisista ni alienante. Quien la
practica encuentra en ella la fuente y el motor de su vida.
Entre los judíos, el padre era el jefe de la familia
(familia patriarcal, formada por los hijos, los nietos y los siervos con sus
respectivas familias...), una figura caracterizada por la autoridad sobre todo;
la relación del hijo con el padre era de sometimiento, obediencia y respeto Lc 15,29,
véase comentario núm. 13; por su parte, el padre garantizaba, dentro de la
familia, medios de subsistencia y protección contra las amenazas del exterior.
Cuando en el AT se llamaba a Dios Padre
-el hijo es siempre, o el pueblo en su conjunto, o el rey que lo representa, o
el justo; predominan estos aspectos- Ex 4,22; Jr 3,19; Os 11,1; Sal 2,7; 89,28;
Sab 2,13; 5,5.
Jesús,
por el contrario, cuando llama a Dios Padre,
le da un sentido totalmente nuevo: se refiere a Él de manera personal y expresa
una relación de intimidad, conocimiento mutuo, amor y comunicación de vida: Mi Padre me lo ha entregado todo; quién es
el Hijo, lo sabe sólo el Padre; quién es el Padre, lo sabe sólo el
Hijo...Lc 10,21-22. Marcos nos ha dejado el testimonio de la palabra
concreta que Jesús usaba: Abba, expresión del lenguaje familiar
semejante a “papá”y que expresa confianza y cariño. De esta manera (y usando la
misma palabra, según Rom 8,15; Gál 4,6) es como los seguidores de Jesús deben
llamar a Dios Padre, pues también lo es de ellos y tiene, como característica
principal, el ser compasivo Lc 6,36. Dios no es autoritario, violento o
vengativo; esas imágenes de Dios pertenecen ya, y para siempre, al pasado.
Como en
todas las culturas, en la hebrea el padre gozaba al ver cómo sus hijos se le
parecían; llamar a Dios Padre supone considerarse hijos suyos y, por consiguiente,
tratar de parecerse a él: Amad a vuestros
enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; así tendréis una gran recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque El es bondadoso con los
desagradecidos y malvados. Sed compasivos como vuestro Padre es
compasivo Lc 6,35-36; llamar a Dios Padre exige comprometerse a vivir como
hijos suyos, como hermanos de todos sus hijos, sin excluir de nuestro amor ni
siquiera a los que lo rechazan a Él como Padre.
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