sábado, 18 de junio de 2016


SEMANA XII DEL TIEMPO ORDINARIO


DOMINGO

Lucas 9,18-22

18Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo?
19Ellos contestaron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas.
20Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro respondió: El Mesías de Dios.
21Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie, 22porque decía: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
23 Entonces decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. 24 Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.

1.    COMENTARIO
Después de haber hecho el signo mesiánico por excelencia (Lc 9,10-17), compartir los panes y los peces, Jesús se retira a orar Él solo, como en otros acontecimien­tos muy significativos para su ministerio. Está en juego su misión. Los discípulos están presen­tes mientras Jesús reza, pero no participan en la oración. No comparten en absoluto el mundo interno de Jesús.
Jesús toma la iniciativa. Quiere que se definan. Entre la gente se barajan toda suerte de opiniones (tres equivalen a todas las habladurías que corrían entre el pueblo):
-          La mayoría lo tienen por una reencarnación de Juan Bautista.
-          Otros por Elías, que había de preceder a la venida del Mesías y actuar con procedi­mientos muy expeditivos.
-          Unos terceros creen que es un profeta de los antiguos que ha vuelto a la vida. A nadie, sin embargo, se le ocurre decir que sea el Mesías.
La gente esperaba un Mesías-rey carismático, de casta davídica, con fuerza y poder, con un ejército aguerrido. Jesús, por el contrario, habla del reino de Dios, pero no lo entronca con David. No tiene a los poderosos de su lado y no acepta la violencia.
Por el tono en que hablan, se adivina que los discípulos no comparten las mil y una opiniones de la multitud.

Jesús acorrala a sus discípulos con la pregunta directamente dirigida a ellos. Tienen que implicarse. Pedro, en nombre de los Doce, pronuncia la palabra fatídica: El Mesías de Dios. El apelativo de Dios no dice simplemen­te que es el Ungido por Dios, sino que pone énfasis en que es el Mesías prometido por Dios con el fin de liberar a Israel de los romanos (Lc 23,35). Sólo así se entiende que Jesús, acto seguido, dirigiéndose a los Doce, los prohíbe terminantemente decirlo, como si fuesen endemoniados (poseídos por una ideología que los fanatiza).
¿Por qué los considera endemoniados? Porque sabe que han descubierto que es el Mesías. Pero no han hecho ningún progreso en la comprensión del contenido que Él le quiere dar. Son unos fanáticos nacionalistas. Por esto Jesús es tan severo con los discípulos. Fanatismo y religión se mezclan con frecuencia. Jesús quiere cambiar la his­toria dando un sentido nuevo a la liberación que Dios quiere realizar en el hombre. Pero ¿quién le hará caso?

Primero Jesús los ha desendemoniado, después los ha hecho enmudecer. Ahora les revela el destino fatal del Hombre que pretende cambiar el curso de la historia. Detrás de este impersonal tiene que se adivina el plan de Dios sobre el hombre: puede tratarse tanto del plan que Dios se ha propuesto realizar como de lo que va a suceder de forma inevitable, atendiendo a que el hombre es libre.
Jesús acepta fracasar como Mesías, como lo aceptó Dios cuando se propuso crear al hombre dotado de libertad. El fracaso libremente aceptado es el único camino que puede ayudar al cristiano a cambiar de actitudes frente a los supremos valores del éxito y de la eficacia. Jesús encarna el modelo de hombre querido por Dios. Cuando lo muestre, sabe que todos los pode­rosos de la tierra sin excepción se pondrán de acuerdo: será ejecutado como un malhechor. No bastará con eliminarlo. Hay que borrar su imagen. En la enumeración no falta ningún dirigen­te:
-          ancianos o senadores, representantes del poder civil, los políticos;
-          los sumos sacerdotes, los que ostentan el poder religioso supre­mo, los máximos responsables de la institución del templo;
-          los escribas, los escrituristas, teólogos y especialistas en leyes, los únicos intér­pretes del Antiguo Testamento reconocidos y autorizados por la sociedad ju­día.
Lo predice a los discípulos para que cambien de manera de pensar y se habitúen a ser también ellos unos fracasados ante la sociedad judía, aceptando incluso una muerte, infamante con tal de cumplir su misión. Pero el fracaso no será definitivo. La resurrección del Hom­bre marcará el principio de la verdadera liberación. El éxodo del Mesías a través de una muerte ignominiosa posibilitará la entrada a una tierra prometida donde no se pueda instalar nin­guna clase de poder que domine al hombre.

Inmediatamente después Jesús se dirige a todos los discípulos, tanto a los Doce, que ya se habían hecho ilusiones de compartir el poder del Mesías, como a los otros discípulos.
Jesús pone condiciones. A partir de ahora es más exigente. Como los discípulos, todos tenemos falsas ideologías que se nos han infiltrado a partir de los “valores” de la sociedad en que vivimos.
Jesús habla de tres cosas:
·         negarse a sí mismo. Es renunciar al interés personal (a nuestros cinco panes y dos peces del episodio anterior, Lc 9,10-17). Equivale a “no tener nada que ver” con la persona de la que se reniega; es descentrarse, no ser ya el centro de su propio proyecto. Es poner la vida entera al servicio del otro, en este caso el proyecto de Jesús.
A esto Jesús le llama perder la vida por él. Y quien lo haga así, ganará, salvará su vida. Jesús no pretende quitarnos valor sino orientar nuestras energías y valores a la construcción del Reino que él inició negándose, también Él, a sí mismo, para cumplir en todo la voluntad del Padre.
·         tomar la cruz: a seguir el camino de la entrega, del servicio, de la humildad. ¿Es soportarlo todo sin chistar como si toda contrariedad nos la mandara Dios mismo? ¿Es someterse al dolor por el dolor, como si el dolor fuera un valor en sí mismo? Entenderlo así nada tiene que ver con la condición que pone Jesús para que sigamos sus pasos. Jesucristo quiere decir que todos los discípulos tienen que estar dispuestos a vivir de la misma manera que él vivió, aun sabiendo que este estilo de vida les va a acarrear la persecución y quizá la muerte. Esa es la cruz de Jesús y también debe ser la nuestra. 
·         me siga, seguirme. Hacer lo anterior es seguir a Jesús. 
En el seguimiento de Jesús es preciso asumir y asimilar que las cosas no nos irán bien. Es preciso aceptar que nuestra tarea no tenga eficacia. Ser discípulo de Jesús quiere decir aceptar que la gente no hable bien de nosotros; incluso que nos consideren un desgraciado o un marginado de las espirales del poder, sea en el ámbito político, religioso o científico.
Negarse a sí mismo y cargar con la cruz equivale a hacer suyo, cada uno de nosotros, el camino de Jesús. Él se negó a tomar el poder y la fuerza y la fama como medios para servir y salvar a los hombres. Jesús escogió el único camino que conduce al corazón del hombre: la solidaridad con todos los desgraciados de la tierra. Este fue el camino de Jesús. Intentar seguir a Jesús desde la instalación, la falta de compromiso, el pacto con los poderosos, aunque pueda parecer muy razonable, es un camino falso. Es pensar como los hombres y no como Dios (texto paralelo en Mt 16,23).

El texto no dice que nos cargan con la cruz, sino que somos nosotros los que tenemos que tomarla. La cruz (entrega, servicio, humildad) es el modo de afrontar la vida. Y esto ha de hacerse desde el corazón, desde la convicción personal. El que no lo está ni llega en algún momento de su vida al convencimiento de que la entrega, el servicio y la humildad, es decir, la cruz, es nuestro estilo de vida, nuestra forma de caminar, pierde la vida

2.    ORACIÓN
Señor Jesús no sé cómo responder a tu pregunta.
Me gustaría acertar.
pero más aún, que mi respuesta surgiera desde las entrañas,
Ya tengo bastantes ideas, imágenes, creadas por mi fantasía.

Si sé, Jesús, confío en ello,
que si tú eres mi roca,
mi refugio y fortaleza,
no necesito estar a la defensiva,
porque sé que Tú me acepta como soy.
Soy valioso a tus ojos.
Tu poder es más grande que mi debilidad,
y que a atravñes de ella, precisamente,
Llego a conocer mi mi verdadera identidad y valor,
porque antes de que el mundo existiera,
Tú me llamaste para ser uno contigo,
en quien todas las cosas existen.

 "Podemos, en realidad,
saber por una continua experiencia
que el amor de Dios es nuestro reposo,
nuestra alegría,
nuestra vida,
y que el falso amor a nosotros mismos
no es sino cansancio,
tristeza
y un constante ir dando muerte
a nuestro verdadero ser"                               Santa Catalina de Génova 

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