
SEMANA XII DEL TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO
Lucas
9,18-22
18Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus
discípulos y les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo?
19Ellos contestaron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que
Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas.
20Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro respondió: El
Mesías de Dios.
21Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie, 22porque
decía: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los
ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
23 Entonces decía a todos: Si alguno quiere venir en pos
de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. 24
Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi
causa la salvará.
1. COMENTARIO
Después de haber hecho el signo mesiánico por
excelencia (Lc 9,10-17), compartir los panes y los peces, Jesús se retira a orar Él solo, como en otros
acontecimientos muy significativos para su ministerio. Está en juego su
misión. Los discípulos están presentes mientras Jesús reza, pero no participan
en la oración. No comparten en absoluto el mundo interno de Jesús.
Jesús toma la iniciativa. Quiere que se
definan. Entre la gente se barajan toda suerte de opiniones (tres equivalen a
todas las habladurías que corrían entre el pueblo):
-
La mayoría lo tienen por una
reencarnación de Juan Bautista.
-
Otros por Elías, que había
de preceder a la venida del Mesías y actuar con procedimientos muy expeditivos.
-
Unos terceros creen
que es un profeta de los antiguos que ha vuelto a la vida. A nadie, sin
embargo, se le ocurre decir que sea el Mesías.
La gente esperaba un Mesías-rey carismático,
de casta davídica, con fuerza y poder, con un ejército aguerrido. Jesús, por el
contrario, habla del reino de Dios, pero no lo entronca con David. No tiene a
los poderosos de su lado y no acepta la violencia.
Por el tono en que hablan, se adivina que los
discípulos no comparten las mil y una opiniones de la multitud.
Jesús acorrala a sus discípulos con la
pregunta directamente dirigida a ellos. Tienen que implicarse. Pedro, en nombre
de los Doce, pronuncia la palabra fatídica: El
Mesías de Dios. El apelativo de Dios
no dice simplemente que es el Ungido por
Dios, sino que pone énfasis en que es el Mesías prometido por Dios con el
fin de liberar a Israel de los romanos (Lc 23,35). Sólo así se entiende que
Jesús, acto seguido, dirigiéndose a los Doce, los prohíbe terminantemente decirlo, como
si fuesen endemoniados (poseídos por una ideología que los fanatiza).
¿Por qué los considera endemoniados? Porque
sabe que han descubierto que es el Mesías. Pero no han hecho ningún progreso en
la comprensión del contenido que Él le quiere dar. Son unos fanáticos
nacionalistas. Por esto Jesús es tan severo con los discípulos. Fanatismo y
religión se mezclan con frecuencia. Jesús quiere cambiar la historia dando un
sentido nuevo a la liberación que Dios quiere realizar en el hombre. Pero
¿quién le hará caso?
Primero Jesús los ha desendemoniado, después
los ha hecho enmudecer. Ahora les revela el destino fatal del Hombre que
pretende cambiar el curso de la historia. Detrás de este impersonal tiene que se adivina el plan de Dios
sobre el hombre: puede tratarse tanto del plan que Dios se ha propuesto
realizar como de lo que va a suceder de forma inevitable, atendiendo a que el
hombre es libre.
Jesús acepta fracasar como Mesías, como lo
aceptó Dios cuando se propuso crear al hombre dotado de libertad. El fracaso
libremente aceptado es el único camino que puede ayudar al cristiano a cambiar
de actitudes frente a los supremos valores del éxito y de la eficacia. Jesús
encarna el modelo de hombre querido por Dios. Cuando lo muestre, sabe que todos
los poderosos de la tierra sin excepción se pondrán de acuerdo: será ejecutado
como un malhechor. No bastará con eliminarlo. Hay que borrar su imagen. En la
enumeración no falta ningún dirigente:
-
ancianos o senadores,
representantes del poder civil, los políticos;
-
los sumos sacerdotes, los que ostentan el
poder religioso supremo, los máximos responsables de la institución del
templo;
-
los escribas, los escrituristas,
teólogos y especialistas en leyes, los únicos intérpretes del Antiguo
Testamento reconocidos y autorizados por la sociedad judía.
Lo predice a los discípulos para que cambien
de manera de pensar y se habitúen a ser también ellos unos fracasados ante la
sociedad judía, aceptando incluso una muerte, infamante con tal de cumplir su
misión. Pero el fracaso no será definitivo. La resurrección del Hombre marcará
el principio de la verdadera liberación. El éxodo del Mesías a través de una
muerte ignominiosa posibilitará la entrada a una tierra prometida donde no se
pueda instalar ninguna clase de poder que domine al hombre.
Inmediatamente después Jesús se dirige a todos los discípulos, tanto a los Doce, que ya se habían hecho ilusiones de compartir el poder del Mesías, como a los otros discípulos.
Inmediatamente después Jesús se dirige a todos los discípulos, tanto a los Doce, que ya se habían hecho ilusiones de compartir el poder del Mesías, como a los otros discípulos.
Jesús
pone condiciones. A partir de ahora es más exigente. Como los discípulos,
todos tenemos falsas ideologías que se nos han infiltrado a partir de los
“valores” de la sociedad en que vivimos.
Jesús
habla de tres cosas:
·
negarse a sí mismo. Es renunciar al interés
personal (a nuestros cinco panes y dos peces del episodio anterior, Lc
9,10-17). Equivale a “no tener nada que ver” con la persona de la que se
reniega; es descentrarse, no ser ya el centro de su propio proyecto. Es poner
la vida entera al servicio del otro, en este caso el proyecto de Jesús.
A
esto Jesús le llama perder la vida
por él. Y quien lo haga así, ganará, salvará
su vida. Jesús no pretende quitarnos valor sino orientar nuestras energías
y valores a la construcción del Reino que él inició negándose, también Él, a sí
mismo, para cumplir en todo la voluntad del Padre.
·
tomar la cruz: a seguir el camino de la
entrega, del servicio, de la humildad. ¿Es soportarlo todo sin chistar como si
toda contrariedad nos la mandara Dios mismo? ¿Es someterse al dolor por el
dolor, como si el dolor fuera un valor en sí mismo? Entenderlo así nada tiene
que ver con la condición que pone Jesús para que sigamos sus pasos. Jesucristo
quiere decir que todos los discípulos tienen que estar dispuestos a vivir de la
misma manera que él vivió, aun sabiendo que este estilo de vida les va a
acarrear la persecución y quizá la muerte. Esa es la cruz de Jesús y también
debe ser la nuestra.
·
me siga, seguirme. Hacer lo anterior es seguir a
Jesús.
En
el seguimiento de Jesús es preciso asumir y asimilar que las cosas no nos irán
bien. Es preciso aceptar que nuestra tarea no tenga eficacia. Ser discípulo de
Jesús quiere decir aceptar que la gente no hable bien de nosotros; incluso que
nos consideren un desgraciado o un marginado de las espirales del poder, sea en
el ámbito político, religioso o científico.
Negarse a sí
mismo y cargar con la cruz equivale a hacer
suyo, cada uno de nosotros, el camino de Jesús. Él se negó a tomar el poder y
la fuerza y la fama como medios para servir y salvar a los hombres. Jesús
escogió el único camino que conduce al corazón del hombre: la solidaridad con
todos los desgraciados de la tierra. Este fue el camino de Jesús. Intentar
seguir a Jesús desde la instalación, la falta de compromiso, el pacto con los
poderosos, aunque pueda parecer muy razonable, es un camino falso. Es pensar como los hombres y no como Dios (texto
paralelo en Mt 16,23).
El
texto no dice que nos cargan con la cruz, sino que somos nosotros los que
tenemos que tomarla. La cruz (entrega, servicio, humildad) es el modo de
afrontar la vida. Y esto ha de hacerse desde el corazón, desde la convicción personal. El que no lo está ni llega en algún momento de su vida al
convencimiento de que la entrega, el servicio y la humildad, es decir, la cruz,
es nuestro estilo de vida, nuestra forma de caminar, pierde la vida.
2. ORACIÓN
Señor Jesús no sé cómo responder a tu
pregunta.
Me gustaría acertar.
pero más aún, que mi respuesta surgiera
desde las entrañas,
Ya tengo bastantes ideas, imágenes,
creadas por mi fantasía.
Si sé, Jesús, confío en ello,
que si tú eres mi roca,
mi refugio y fortaleza,
no necesito estar a la defensiva,
porque sé que Tú me acepta como soy.
Soy valioso a tus ojos.
Tu poder es más grande que mi
debilidad,
y que a atravñes de ella, precisamente,
Llego a conocer mi mi verdadera
identidad y valor,
porque antes de que el mundo existiera,
Tú me llamaste para ser uno contigo,
en quien todas las cosas existen.
"Podemos, en realidad,
saber por una continua experiencia
que el amor de Dios es nuestro reposo,
nuestra alegría,
nuestra vida,
y que el falso amor a nosotros mismos
no es sino cansancio,
tristeza
y un constante ir dando muerte
a nuestro verdadero ser" Santa
Catalina de Génova
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