domingo, 17 de diciembre de 2017

Resultado de imagen de NACIMIENTO DE JESÚS FANO25 DE DICIEMBRE

NAVIDAD, NACIMIENTO DE JESÚS



Prólogo de San Juan 1,1-18

1.      CONTEXTO
En este prólogo está concentrado todo el evangelio de Juan, lo que hace del mismo un texto sublime y, por ello, bien difícil de analizar. El evangelista resume y concentra en estos versículos todo cuanto desarrollará a lo largo de su obra. De hecho, presenta en el mismo el himno de amor que Dios ha compuesto para la humanidad.
Juan, que ha percibido con nitidez la autenticidad del mensaje de Jesús, se propone:
·         Desmentir con su elaboración toda la tradición religiosa previa, que consideraba al hombre pecador, un ser indigno, merecedor solo del castigo de parte de Dios.
·         Presentar el himno de amor encendido que Dios entona para la humanidad.
·         Manifestar la figura de un Dios tan enamorado de los seres humanos, tan entusiasta de su obra creativa, que dice para sí: “es demasiado poco lo que tienen, deseo elevarles hasta mi misma condición divina”.
El prólogo constituye, pues, una primera aproximación, un primer encuentro con Dios; un encuentro en el que el hombre no se siente aplastado por su propia nimiedad, por su indignidad; al contrario, se descubre elevado y potenciado por el sublime amor que Dios le demuestra.

2.      TEXTO
1 1En el principio existía el Verbo,
y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
2Este estaba en el principio junto a Dios.
3Por medio de él se hizo todo, y sin él
no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
4 En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
5Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
6Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
7 este venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
8No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
9El Verbo era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre,
viniendo al mundo.
10 En el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de él,
y el mundo no lo conoció.
11Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
12Pero a cuantos lo recibieron,
les dio poder de ser hijos de Dios,
a los que creen en su nombre.
13Estos no han nacido de sangre,
ni de deseo de carne, ni de deseo de varón,
sino que han nacido de Dios.
14Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria como del Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
15Juan da testimonio de él y grita diciendo:
Este es de quien dije:
El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí,
porque existía antes que yo.
16Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
17Porque la ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
18A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está
en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

3.      COMENTARIO

1 1En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. 2Este estaba en el principio junto a Dios.
El comentario más antiguo al texto lo hallamos en la primera carta de Juan, que se abre con idénticas palabras: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida… os lo anunciamos también a vosotros” (1 Jn 1,1-3)[1].
La tarea es transmitir la experiencia vital que surge de este maravilloso texto. Un “prologo” que puede cambiar radicalmente la con Dios, y, en consecuencia, con los otros.

En el principio…El evangelio de Juan comienza con en el principio. Exactamente igual que el primer libro de la Biblia, el libro del Génesis, en el principio Dios creó el cielo y la tierra (Gén 1,1). Así, el evangelista enfoca su escrito desde esta misma clave, es decir, la obra de la creación. Quiere indicarnos que la creación está aún en marcha, se está todavía llevando a cabo. Por ello, el autor solicita la colaboración de los hombres para que pueda alcanzar su plenitud.
En el principio existía ya…, con esta apertura, el evangelista se sitúa con anterioridad, incluso, a la teología del Antiguo Testamento. “Antes aun de la creación existía ya”…nos viene a decir.

el Verbo. Es un vocablo que nuestros antepasados usaban con cierta frecuencia (proferir verbo, verbo divino, etc), pero que, para el hombre de hoy, no deja de ser un lenguaje anticuado.
Verbo (“logos” en griego) indica una palabra que contiene un proyecto. Se trata de un proyecto, porque formula el programa de Dios sobre la creación, y de una palabra, porque ejecuta tal proyecto. (No es lo mismo decir "casa" que decir "botella". La palabra "casa" tiene ya un contenido, contiene un proyecto). El vocablo logos puede traducirse por "verbo", "palabra", "proyecto".
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Dice, pues, el evangelista: en el principio, antes aun de la creación del mundo existía ya… ¿qué es lo que existía? Existía la Palabra que contenía un proyecto. Juan concentra en pocas líneas todo el mensaje de Jesús. Un Jesús que no fue bien acogido por parte de sus contemporáneos, lo consideraron un hombre peligroso que convenía eliminar. Anticipa toda la novedad explosiva, asombrosa y salvadora del mensaje de Jesús.
El evangelista recalca este concepto, porque –según la tradición bíblica- el mundo había sido creado mediante diez palabras, que en su origen correspondían a las diez veces que aparece la frase Y dijo Dios… en el libro del Génesis. Posteriormente, este número pasó a indicar las diez palabras, los diez mandamientos de Moisés. El término “decálogo” deriva del griego “deca” (diez) y “logos” (palabra). En suma, desde el inicio mismo, desde antes de la creación del mundo, existe una única Palabra que vuelve a ocupar ahora su lugar privilegiado, suplantando a las diez palabras.
Desde el comienzo de su obra, el evangelista Juan se distancia de la teología contemporánea y comienza a reemplazar las columnas de la antigua alianza, que ceden ahora su puesto a Jesús y a su mensaje. Es importante poner de relieve esta novedad.

Antes de la creación del mundo, existía la Palabra. Desde el primer momento de su evangelio, el autor nos invita a conocerla. Si se llega al conocimiento de la misma, no se va ya en busca de otras palabras, no se persigue ningún tipo de mensaje celestial. Esta única palabra –que se contrapone a las otras diez- se manifestará en el evangelio. El evangelista resume y concentra todo su mensaje en un único mandamiento que sustituye y eclipsa los diez mandamientos. Jesús dice a su comunidad: Os doy un mandato nuevo (Jn 13,34). Dicho con otras palabras, el servicio realizado voluntariamente por amor no solo no priva de dignidad al hombre, sino que le confiere la verdadera dignidad, la dignidad divina. Aquél que voluntariamente, libremente, por amor, pone su vida al servicio de los otros, realiza en plenitud su propia existencia. Por el contrario, quien domina, quien ordena, quien se impone sobre los otros fracasa miserablemente en su existencia. El mandato nuevo de Jesús indica una relación nueva con Dios. No se trata ya de la obediencia a Dios, como ponían de relieve los mandamientos de Moisés. Con Jesús, no hay ya espacio para la obediencia. Con Jesús, se abre paso una nueva categoría: la de la semejanza. El creyente no es ya aquél que obedece a Dios, sino el que semeja al Padre al practicar un amor parecido al suyo.

… y el Verbo estaba junto a Dios.
El evangelista repite este concepto porque nos quiere transmitir literalmente la impaciencia de Dios. Dios estaba impaciente por realizar este proyecto, un proyecto que es previo a la creación del mundo y que se manifiesta mediante la palabra. Este proyecto siempre ha estado en la mente, en los pensamientos de Dios. Ahora Dios está impaciente, no ve la hora de realizarlo.
El proyecto que Dios tenía sobre la humanidad, antes aun de la creación, sobrepasa toda posibilidad de imaginación de parte de los hombres: ¡se trataba de un Dios, es decir, un hombre que tuviese la condición divina! ¡Esto es algo clamoroso! La religión se fundamenta en la lejanía entre Dios y los hombres. Pues bien, el proyecto de Dios respecto al género humano era que el hombre alcanzase la condición divina. El proyecto de Dios es expresión de su optimismo hacia la creación, tiende a eliminar el abismo entre Dios y los hombres. Este proyecto aterroriza a las autoridades religiosas, que lo consideran una blasfemia.

El prólogo de Juan no hace sino recoger en pocas palabras toda la doctrina de Jesús y las dificultades que hubo de afrontar. Jesús, que hizo del proyecto de Dios la razón de su vida (porque en él mismo este proyecto se realiza de forma exclusiva), será acusado por las autoridades de ser blasfemo y, en consecuencia, reo de muerte.

Ante la irrupción en la historia de un Dios que no reduce su presencia al ámbito del templo, sino que desea comunicarse abiertamente a los hombres, un Dios que – en vez de dejarse buscar – toma la iniciativa de ir en busca del hombre, a la institución religiosa no le queda otro camino que desaparecer o bien desembarazarse de este Dios. Esto último hicieron con Jesús. Así pues, el crimen y el terror de la institución religiosa corresponden paradójicamente al proyecto de Dios respecto a la humanidad. Dios desea comunicarse a los hombres, la institución quiere impedirlo, sabedora que eso supondría firmar su propia sentencia de muerte.

3Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
El evangelista presenta el hecho de la creación y está diciendo algo extremamente importante. Todo cuanto hay en la creación (la naturaleza, los hombres, la realidad creada), existe para realizar el proyecto. Todo aquello que existe ha venido a la vida para permitir nuestra realización como creaturas, es decir, para permitirnos llegar a ser hijos de Dios. El mundo ha sido creado para conducir al hombre a alcanzar la condición divina. No hay nada que no sea expresión de la voluntad divina. Todo es expresión del amor de Dios, y, por consiguiente, nada hay en la creación que sea malvado de por sí[2].
Si se comprende esta verdad, cambia la vida. Si comprendemos que cada cosa que vemos y que tenemos, y, sobre todo, cada persona que encontramos es un regalo que Dios nos hace en vistas a que realicemos el proyecto de Dios, a que lleguemos a ser sus hijos, entonces la vida cambia, cambia por fuerza nuestra actitud. Los otros no son vistos como enemigos o como obstáculos, se les mira con ojos de gratitud. Cada nueva persona que conocemos es un regalo que Dios nos da como señal de amor, cada persona que acogemos en nuestra existencia es un don que nos permite crecer.
Es verdadera también la afirmación contraria: cada persona que  excluimos o no aceptamos se convierte en un agujero negro que obstaculiza nuestro crecer.
En esta interpretación del evangelista, se pone de manifiesto con tonos nítidos que el relato de la creación del libro del Génesis no constituye la descripción de un paraíso perdido. No ha habido una época de oro de la humanidad que después se haya perdido irremediablemente. Existe solo una tarea por delante, un paraíso por construir. Es esto lo que describe el libro del Génesis cuando habla de la perfecta armonía reinante entre hombre y mujer, entre seres humanos y realidad creada.

Estas palabras del evangelista suponen un ir contra corriente respecto a la teología contemporánea. Era convicción firme que Dios había creado al mundo de manera perfecta, descansando al séptimo día. Jesús disiente de esta tesis, para él, la obra de la creación no ha sido aún completada. Por ello, ignora el precepto del reposo sabático. Cuando lo acusan de violarlo, de hecho, afirma que si él trabaja es porque también el Padre trabaja. La creación no ha concluido. Hasta que cada hombre alcance la dignidad, la libertad que corresponde a los hijos de Dios, no se podrá considerar terminada. Y Jesús necesita colaboradores que, con él y como él, se dediquen a trabajar activamente en dicha creación. No tiene, pues, sentido reconocer hablar de descanso, todavía queda mucho por hacer.

4 En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Por primera vez, aparece en el evangelio un tema de enorme importancia, el tema de la vida. Juan habla de la vida 37 veces, por 7 de Mateo, 5 de Lucas y 4 de Marcos. En este dato de supremacía absoluta por parte de Juan se refleja la creciente reflexión de la comunidad cristiana acerca del mensaje de Jesús. Los primeros cristianos han descubierto, porque lo han experimentado en su propia piel, que del mensaje de Jesús surge la plenitud de la vida. El proyecto de Dios consiste en comunicar vida abundante a los hombres. Por eso, no tiene sentido ya hablar de temor en relación a Dios.

¿Quién es Dios?  Es aquél que espera nuestro sí, nuestra autorización, para irrumpir en nuestras vidas y comunicarnos plenamente toda su riqueza vital. El Dios de Jesús no sustrae nada a las personas, se entrega a ellas por completo. No las disminuye, las enriquece, porque las potencia con su misma vida. Este versículo hace ver cómo todo aquello que tiene vida y es expresión de vida procede de Dios. Todo cuanto carece de vida, o no comunica vida, en cambio, no viene de Dios.

En las diversas religiones y filosofías está ahora muy de moda la introspección, el encuentro con uno mismo a través de la meditación. Jesús invita a recorrer el camino opuesto: no hay que dedicar tiempo a buscarse a sí mismo, hay que salir fuera para ponerse al servicio del otro.

… Y la vida era la luz de los hombres. El tema de la luz es otro argumento que Juan ama. La tradición religiosa afirmaba, contrariamente, que la luz es la vida de los hombres, y por luz se entendía la observancia de la Ley. Los Salmos lo afirman claramente: Lámpara para mis pasos es tu palabra (Sal 118). Se hablaba de ley divina, que se hace luz en la medida que se observa fielmente. Esta ley, sin embargo, permanecía fuera del hombre, era externa a él, pues no podía conocer al individuo desde su interioridad.

Para el evangelista, la luz no llega del exterior para iluminar al hombre. No sería  fuente de vida, sino que nace del interior del mismo, de su intimidad más recóndita. Es la vida la que resplandece, mientras que la luz es la irradiación de la existencia humana. Toda persona que secunda su propia esperanza de plenitud posee la luz suficiente para poder caminar. Dios no gobierna a los seres humanos a base de emanar leyes que estos deban observar, sino comunicando a cada hombre su misma capacidad de amor, el Espíritu Santo, una fuerza interior que ilumina a los hombres en la propia vida y estimula su deseo de plenitud.

5Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
 Las tinieblas, autores de muerte, son el polo opuesto a la luz. Pero, ¿a qué se refiere esta expresión? En el evangelio de Juan, bajo la imagen de las tinieblas se representan las ideologías y los sistemas de poder (político o religioso), que impiden al hombre realizar el proyecto creador, e incluso, llegar a conocerlo. A las autoridades religiosas y civiles les aterroriza el proyecto de Dios sobre la humanidad, porque si el hombre alcanza ya en esta existencia la plenitud de su crecimiento, de su humanidad, entonces llega a ser un ser libre, independiente, un ser que no puede ser sometido más al poder. Todos aquellos que aceptan ser dominados por las tinieblas, son muertos vivientes, cadáveres ambulantes.

La tiniebla, en el evangelio, es todo aquello que inculca el sometimiento en vez de la libertad, cualquier sistema, en suma, que somete a los hombres. Estar sometido indica la dependencia respecto a una autoridad superior, la cual se reserva siempre el derecho a decir la última palabra. La persona, de este modo, permanece sumida en un estado infantil, estado caracterizado por la dependencia respecto a los progenitores o figuras de referencia.
El sistema de muerte, que representan las tinieblas, lleva a cabo su obra de sometimiento en tres niveles.
-          El primero, que es el más tosco, utiliza el miedo para dominar al otro.
-          El segundo nivel, ligeramente más delicado, es el dominio basado en la recompensa (dinero, títulos, carrera, beneficios, prestigio, etc). Pero todos los sistemas de poder intentan alcanzar el tercer nivel, porque de los dos primeros, el hombre puede llegar a liberarse, en un arrebato de valor o de dignidad.
-          En el tercer nivel, el poder intenta convencer al hombre de que ser dominado es la mejor realización de la existencia, y que es conveniente venerar y amar precisamente al poder que lo somete. Si llega hasta este nivel, el hombre no buscará jamás su libertad, es más, considerará las propuestas de libertad como un atentado a la propia seguridad.

En el evangelio de Juan –y esto resulta realmente escandaloso- las peores tinieblas, aquéllas que convencen a los hombres de la necesidad de venerar a los opresores, son identificadas con las autoridades religiosas. Ellas constituyen el poder más feroz y destructivo: dominan a las personas, las esclavizan y, por si fuera poco, de ellas pretenden amor y veneración. Son ellas las que tratan de apagar a Jesús, que se define a sí mismo como luz del mundo (Jn 12,46).

El evangelista afirma que la luz brilla en las tinieblas. La luz no pugna ni combate con las tinieblas, simplemente brilla. Son palabras que consuelan y otorgan una enorme serenidad a la comunidad cristiana, la cual no ha recibido de Jesús el encargo de luchar contra quién sabe qué enemigos acérrimos.
Jesús no invita a hacer cruzadas contra el mal, ni a combatir contra las tinieblas. La luz resplandece en las tinieblas, en la medida en que va creciendo, la luz aleja y aniquila a las tinieblas por sí sola, espontáneamente. Los cristianos están llamados a ser luz, a comunicar vida. Y esta irá reduciendo gradualmente todos los espacios de la muerte, hasta terminar por eliminarla. El mensaje de Jesús es, pues, plenamente sereno. La tarea de la comunidad cristiana es aumentar esta luz, que no es sino una expresión de vida. Se trata, por tanto, de transmitir energía vital en torno a sí misma. Las tinieblas retroceden en la medida en que esto sucede.

… y la tiniebla no lo recibió.
El evangelista desea estimular a la comunidad cristiana que se halla perseguida, en dificultad, y anuncia, es más, asegura solemnemente, que las tinieblas no tendrán nunca la fuerza de vencer a esta luz, porque la luz es expresión de la aspiración de plenitud de vida por parte del hombre. Y el hombre, aun cuando está sometido o narcotizado, conserva siempre dentro de sí el deseo de alcanzar la plenitud de vida. Es suficiente que, a través de Jesús o de quien lleve este mensaje de paz, se vuelva a despertar ese anhelo de plenitud, para que la luz retome su vigor originario.

Con su palabra, Jesús despierta en los hombres la aspiración a obtener la plenitud de la vida, seguro de obtener la victoria sobre las tinieblas. Él, de hecho, asegurará: yo he vencido al mundo (Jn 16,33). Los creyentes tienen que colaborar con Jesús para irradiar espacios de vida. Es esta la única tarea que le es encargada a la comunidad cristiana: liberar todas las energías vitales, transmitirlas y comunicarlas a los demás.

6Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: 7 este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. 8No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
A continuación, de improviso, el evangelista interrumpe extrañamente esta ascensión a nivel teológico. Parece introducir un tema nuevo. A primera vista, parece tratarse de una simple información inofensiva, pero no es así. Se nos dice que para anunciar su proyecto a la humanidad, Dios tiene necesidad de un hombre. Pero lo asombroso es que no existe en los evangelios ni un solo profeta, ni un solo enviado de parte de Dios que pertenezca a los espacios sagrados y personas religiosas. Cuando Dios envía alguien para anunciar su proyecto, elige a personas normales, como a Juan, de quien solo se nos dice el nombre. En lengua hebrea, Juan (Yohannan) quiere decir “Dios es misericordia”. Dios no elige a un representante de la institución religiosa, sino a un hombre lúcido que diese testimonio de la luz que iba a irrumpir.

….7 este venía como testigo, para dar testimonio de la luz,
A modo de síntesis, Juan nos invita en el prólogo a estar atentos, porque la acción de las tinieblas, que él identifica con la institución religiosa, es tan mortífera que llega a narcotizar a los seres humanos. Este es el verdadero crimen de la religión: impedir que las personas razonen con el sentido común, con la propia inteligencia.

… para que todos creyeran por medio de él.
La misión de Juan es despertar el anhelo de vida en los hombres para hacerles conscientes de la existencia de la luz, para que todos creyeran por medio de él. La misión de Juan es universal, pues anticipa el programa de Dios. No se trata de una llamada dirigida a las personas religiosas o pias, ni siquiera es para un pueblo especial, para una determinada nación. Todo aquél que tiene dentro de sí este deseo de plenitud de vida es destinatario del proyecto de Dios.

Todos. Cualquier individuo, por encima raza, conducta, nacionalidad. La extensión universal de la invitación, por otra parte, permite entrever que la acción de las tinieblas es también universal, ha cubierto el mundo entero. En cada ángulo del mundo existen ideologías políticas o religiosas que impiden que el hombre alcance su plenitud. Es lo que en el evangelio de Juan se denomina “pecado” del mundo, o sea, el rechazo de la plenitud de vida que el Señor propone. Y se rechaza esta plenitud de vida cuando la ideología religiosa consigue convencer a las personas de que se trate de un mal. El proyecto de Dios es que el hombre obtenga la filiación divina, pero esto, para las autoridades religiosas, es un crimen que se castiga con la muerte.

8No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El evangelista deja claro que la tarea de Juan no es la de ser portador de la luz, sino solo testigo. Era esta una  clarificación necesaria, porque algunos círculos consideraban que Juan era el Mesías. En la tradición popular, de hecho, se pensaba que cuando viniera el Mesías, acabaría con todos ellos. Por eso, en cuanto se corre la voz de que ese tal Juan el bautista tiene algún parecido con la figura del esperado Mesías, se presenta en seguida una comisión de sacerdotes y de policías del templo de Jerusalén (los levitas), y le preguntan a quemarropa: ¿Quién eres tú? Les inquieta que Juan se declare el Mesías. Si lo hubiera hecho, lo habrían eliminado de inmediato.

9El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
De nuevo encontramos el tema de la luz. Es la primera sustitución en este evangelio de las verdades religiosas y teológicas que se consideraban indiscutibles y que ahora son atribuidas a Jesús. Esta es la línea teológica de Juan, que entre los evangelistas es, sin duda, el más radical. Lo cierto es que la lectura de Juan resulta incómoda. El evangelista manifiesta que Jesús, con su radicalidad, elimina las instituciones sacras del Antiguo Testamento y las sustituye con su persona. Lo que da vida a la persona no es la observancia de una ley, sino el hacerse pan para los otros, como hizo Jesús.
Jesús declarará que él es la verdadera vid (Jn 15), o sea, el verdadero pueblo de Dios, pues la vid era la imagen clásica que representaba al pueblo de Israel y ahora pasa a denominar al pueblo que es reunido en torno a Jesús. Llegará incluso a declarar que es el verdadero pastor (Jn 10), pues los otros no son pastores, son bandidos. Jesús se presenta como el único guía, el pastor que da la vida por las ovejas, mientras que tacha a los otros de mercenarios que usan las ovejas para su propio interés. Jesús hace lo contrario.
Subrayando la proximidad de la luz verdadera, el evangelista está insinuando la existencia de otras luces falsas. Las tinieblas no se presentan como tales, no aparecen como un poder portador de muerte, un poder dominador.
La única luz, aquella que da esplendor al hombre, es la acogida de Jesús y de su mensaje, así como la traducción de este mensaje en actitudes que manifiesten visiblemente el amor de Dios, y no hay otras. Todo el montaje característico del mundo religioso, no son más que luces falsas las cuales, no pudiendo nutrir, matan al hombre.

… que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. A pesar de la acción negativa de las tinieblas, Dios consigue que llegue a cada hombre el aliciente de la plenitud de vida que la ley intenta sofocar. Por muy densas que puedan ser las tinieblas, el amor de Dios se las arregla siempre para alcanzar y tocar el corazón de cada ser humano. Y esto es así, porque el deseo de plenitud es consustancial al hombre, forma parte de su intimidad, y aunque a veces esté oculto, sofocado, en realidad está solo aguardando el momento propicio y las condiciones necesarias para desarrollarse y expresarse.

10 En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Todo cuanto existe en la creación tiene como finalidad la realización de este proyecto, que tendrá lugar en la figura de Jesús. Pero el evangelista hace una denuncia muy fuerte. Una vez que este proyecto se ha cumplido, o sea, una vez que Jesús ha venido al mundo, precisamente los suyos, las personas que mejor debían comprenderlo, no solo no lo reconocen, sino que lo rechazan.
Juan sugiere que cuantos pertenecen al poder, todos los que forman parte de una ideología de muerte que impide al instinto natural del hombre poder conocer la fuente de la vida, están imposibilitados de conocer al Dios de Jesús, que es un Dios al servicio de los hombres.
Esta es la gran novedad que irrumpe con Jesús en la historia de la humanidad: un Dios que se abaja hacia el hombre a fin de elevar al hombre hasta su misma altura. Entonces, si Dios se expresa en el servicio, se deduce que todos aquellos que dominan, o que anhelan dominar, o que aceptan ser dominados, serán completamente refractarios a este Dios. Por eso, el tema del desconocimiento estará presente a lo largo de todo el evangelio. En Jn 1,26, dice Juan el bautista: En medio de vosotros está uno a quien no conocéis. Y Jesús mismo dice: No sabéis ni de dónde vengo, ni a dónde voy, no conocéis ni siquiera a mi Padre. Si me conocierais, conoceríais también a mi Padre (Jn 5,31).

11Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Consecuencia trágica del desconocimiento de Dios será el rechazo del proyecto que llevaba a la plenitud de la vida. Y esto, por parte de quienes tendrían que haberlo acogido, es decir, los suyos. Con este término, suyos, el evangelista indica la familia de Jesús, sus paisanos y todo el pueblo de Israel. Todos lo han despreciado. En Nazaret lo consideraban como un santón que practicaba la brujería o como un herético, un blasfemo merecedor de la muerte. O bien, pensaban que había perdido la cabeza, todo ello porque Jesús había realizado algo fabuloso que nunca antes había acaecido en la historia del mundo: había presentado un Dios distinto, que nada demanda a la gente, un Dios que lo da todo, que no quiere ser servido, un Dios que se pone él mismo al servicio del pueblo.
Juan recrimina la falta de acogida por parte de los contemporáneos de Jesús, pero, al mismo tiempo, lanza un mensaje para la comunidad de los creyentes de todos los tiempos: Dios se manifiesta de un modo siempre nuevo. Pero en el ámbito religioso, en el cual manda la tradición, las personas son reacias a aceptar e incapaces de reconocer la novedad. Cuenta solo lo que siempre se ha hecho y cómo se ha hecho.
La comunidad de Jesús está llamada a ser una comunidad dinámica animada por el Espíritu, que es siempre nuevo. En la Biblia, el Espíritu es aquél que dice: Hago nuevas todas las cosas. De hecho, una tradición hebrea presentaba a Dios con esta fórmula: Dios es aquél que es, que era y que será (Éx 3,14), o sea, el Dios que conocemos es el mismo que conocieron nuestros padres y el que se manifestará al final de los tiempos. Pues bien, la escuela del evangelista Juan toma y emplea esta expresión, pero la modifica sustancialmente. El autor del Apocalipsis, en efecto, escribe: Dios es aquél que es, que era, y que viene (Ap 1,4). El verbo ser cede su sitio al verbo venir. El verbo venir indica aquí una acción continua. En otras palabras, la experiencia de Dios que tiene la comunidad no debe ser nunca definitiva, la última palabra. Debe siempre dejar la puerta abierta para nuevas experiencias más grandes de Dios. ¡Cuidado con los que dicen “se ha hecho siempre así”, porque están cerrando la puerta al Espíritu del Señor! La experiencia real del Dios que es y que era, debe servir como base para reconocer y acoger un Dios

que continuamente viene, que se manifiesta sin pausa en la creación. Los que se aferran a la imagen del Dios que era, se convierten en guardianes del mausoleo embalsamado de un Dios perteneciente al pasado. Y de ese modo, se corre el riesgo de saber todo acerca de Dios, pero no saberlo reconocer cuando se presenta.

12Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Llegamos al versículo central. A pesar del rechazo de parte de la familia de Jesús y del pueblo de Israel, ha habido también una respuesta positiva, fuera del pueblo de Israel.
Juan está pensando aquí en los samaritanos, en los heréticos, en los paganos que han reconocido y acogido a Jesús.
Distanciándose, también aquí, de la tradición religiosa judía, el evangelista no habla de un Dios hacia el cual la persona deba tender, al cual la persona deba siempre buscar. Habla de un Dios que la persona puede acoger. Pero la acogida de Dios está condicionada por un profundo cambio de mentalidad. Acoger a Dios supone estar dispuestos a cambiar la idea que uno tiene de la divinidad, para adaptarla a la imagen que se contempla en Jesús. La búsqueda de Dios es una empresa vana y confusa en la medida en que es vana y abstracta la imagen de Dios objeto de dicha búsqueda: un Dios que, dice la Biblia, nadie ha visto nunca. La acogida que Jesús proclama es, al contrario, inmediata y concreta.

La búsqueda de Dios puede aislar a la persona del mundo y puede acabar desembocando en misticismos estériles e inútiles. La acogida de Dios inserta a la persona dentro de la sociedad con una acción positiva e eficaz en favor de la humanidad.

… les dio poder de ser Hijos de Dios. He aquí el centro del prólogo, del proyecto de Dios sobre la humanidad. Se trata de un Dios que propone a los hombres establecer una relación muy especial, pero no como hizo Moisés, siervo de Dios, que propuso una alianza entre los siervos y su señor, alianza basada en el sometimiento y en la obediencia. Jesús ofrece una alianza entre los hijos y su Padre, basada no en la obediencia, sino en la práctica de la similitud: les dio poder para ser Hijos de Dios[3].
El proyecto de Dios sobre la humanidad es comunicar su misma condición divina a los hombres para hacerlos como él.
Con Jesús, el hombre no es un gusano. Es está llamado a realizarse en plenitud y a alcanzar la condición divina, la del hijo de Dios. Jesús revoluciona las relaciones existentes entre Dios y el hombre, e instaura una relación Padre-hijo basada en la semejanza.

Si queremos saber si actuamos o no como hijos de Dios, reflexionemos sobre tres elementos:
·         ¿Somos capaces de amar a quien no se lo merece?,  porque el Padre se comporta precisamente así con nosotros.
·         ¿Somos capaces de hacer el bien simplemente por la alegría de hacer el bien?, sin esperar nada a cambio.
·         ¿Somos capaces de conceder el perdón antes de que nos lo pidan?
Si es así, podemos estar seguros que somos semejantes al Padre en su obra. En el evangelio de Juan, aparte de la posibilidad de llegar a ser hijos de Dios obteniendo la condición divina, existe también la posibilidad de convertirse en “hijos del diablo”. La suerte de  la persona depende, pues, de aquél a quien decide parecerse.

Hijo de Dios es quien orienta su existencia al servicio de los demás. Cuanto más damos, más se enriquece nuestra existencia. Donarse al otro no hace que la persona disminuya, la ayuda a crecer. Porque Jesús se donó sin reservas, obtuvo la vida completa. El discurso opuesto lo podemos hacer sobre Judas, al cual el evangelista define e identifica como ladrón, porque retiene para sí lo que pertenece a otros. Judas es el hijo del diablo, aquél que posee la vida de los otros, lo que ellos son y tienen, aspirando para sí la linfa vital ajena. Pero quien sustrae la linfa vital de los demás, sus energías, en realidad no hace más que renunciar y desprenderse de su propia fuente de vida. Quien comunica vida, enriquece su existencia, quien quita vida opta por empobrecer la propia vida. Solo quien la entrega, reencuentra su vida, quien la retiene celosamente, la pierde, frustrando así su proyecto  vital.

… a los que creen en su nombre. Creer en el evangelio de Juan significa conectar con alguien, en este caso, a Jesús y a su mensaje; en su nombre supone la identificación con el Señor. Se convierte en hijos de Dios mediante la opción personal por Jesús. Pero es necesario tener en cuenta que esto no se realiza de una vez para siempre. Es una condición dinámica: cada vez que optamos por vivir para los demás, estamos alimentando la vida en nosotros mismos. Esta opción se va desarrollando y expresando en el tiempo de manera progresiva, a través de una actividad que semeja la obra que Dios mismo lleva a cabo: comunicar vida mediante obras de amor.

Bajando al terreno de lo concreto, ser hijos de Dios supone renunciar radicalmente a tres ambiciones, decir un no firme a tres verbos malditos: poseer, escalar, mandar, los cuales desde siempre suscitan en el hombre reacciones de rivalidad, odio y violencia. Renunciando a la mentalidad que estos tres verbos transmiten, se colabora con Jesús en la construcción del Reino de Dios, esa sociedad distinta en que cada ser humano puede vivir libre y feliz, dando la espalda a los falsos valores como el dinero, la ambición, la riqueza, para sustituirlos con el compartir y con el servicio. He aquí la definición del hijo de Dios: aquél que está siempre dispuesto a compartir lo que es y lo que tiene con los demás, la persona que ha orientado su existencia al servicio del prójimo.

13Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Jesús no reclama adhesión a determinadas verdades teológicas. Invita a optar por él como persona: Aquí, el evangelista supera la teología del Antiguo Testamento. En el libro del Génesis se lee que: Dios creó a los hombres a su imagen y semejanza. La creación es, pues, una obra externa a Dios, que Dios cumple. Juan, en cambio, afirma que las personas han sido generadas de Dios; se trata de una generación que parte de lo más íntimo, de la interioridad de Dios.

Con estas palabras, el evangelista subraya aquí dos tipos de nacimiento: el humano y el divino.
·         En Jn 3,3 afirma: El que no nazca (= vuelva a nacer) de lo alto, no puede ver el Reino de Dios. De lo alto es una expresión que indica la procedencia divina. Si uno no cambia completamente la orientación de la propia existencia, y la orienta en Dios, no ve el Reino de Dios. Por tanto, la primera fase consiste en orientar la existencia colocando en el centro de la misma, como valor absoluto, el bien de los hombres.
-          El segundo paso: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios (3,5). Primero se divisa el Reino, después se penetra en el mismo. Nacer de agua y de Espíritu significa el bautismo en el Espíritu santo: dejarse empapar, quedar sumergidos completamente en el amor de Dios, para traducirlo luego en conductas prácticas de amor.
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14Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
El evangelista evita el término “hombre”, que habría sido más lógico. Emplea carne porque es una palabra que indica de modo más evidente la debilidad de la humanidad. El proyecto divino se realiza en la debilidad de la existencia humana de Jesús, no en la potencia desbordante de un “super hombre”. La plenitud de la vida de Dios brilla en un hombre de carne y hueso, en la debilidad de la condición humana: se trata de una persona visible, accesible, palpable.
Por primera vez aparece indicada cuál sea la meta de la obra creadora de Dios, el objetivo hacia el que tendía toda su acción: que el hombre mortal obtenga la condición divina. Toda la acción creadora de Dios, sin ninguna excepción, converge en este único punto: que el hombre alcance la condición divina, y esto se ha realizado en Jesús. Jesús es el hombre en plenitud, el modelo de hombre, aquél que –habiendo realizado en plenitud su propia humanidad- alcanza la condición divina.

… y habitó entre nosotros. Sería mejor traducir por: “Puso su tienda – acampó- entre nosotros”. Juan está usando la imagen de la tienda porque en el Antiguo Testamento, Dios pidió a Moisés que le hiciera una tienda en la que él pudiera caminar junto al pueblo. Por tanto, Dios no era distante del pueblo, había decidido habitar junto a él, y, dado que el pueblo habitaba en tiendas, también Dios lo hace. Dios solicita a Moisés una tienda en la que habitar y desde la que poder manifestar su gloria. La tienda es figura, pues, de la manifestación visible de la santidad y del poder divinos. En Exodo 40,34-35 leemos: La nube cubrió entonces la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada. Moisés no pudo entrar en la Tienda del Encuentro, porque la nube moraba sobre ella y la gloria del Señor llenaba la Morada”. Ahora, escribe el evangelista una novedad radical: la tienda de Dios, el lugar donde el Señor habita entre los seres humanos y muestra su gloria, es un hombre. Un hombre mortal, un hombre débil en quien se manifiesta la plenitud de la gloria de Dios.
El Templo ya no es necesario. Resulta además inútil y nocivo, porque es el lugar en el que los creyentes ofrecían los sacrificios a Dios. Pero este no es el Dios de Jesús. El Dios de Jesús no demanda nada de los hombres. Es él quien comunica todo a los hombres. Por eso, ya no hay necesidad del Templo. De ahí que Jesús se sirva de un azote para expulsar a los vendedores del templo (Jn 2,13-25).
El culto a Dios no precisa de un lugar privilegiado. No tiene ya sentido la distinción entre espacio sagrado y espacio profano. El verdadero culto a Dios consiste solo en extender su amor entre los hombres, y esto es posible siempre y en cualquier lugar. No se requieren templos sagrados ni santuarios, espacios privilegiados, cuya época ya ha concluido. Y este tipo de culto, lejos de privar de algo al hombre, lo eleva y lo hace cada vez más semejante al Padre.

… y hemos contemplado su gloria.
Viene a decir: en esta tienda en la que ha acampado este “proyecto” de Dios, en esta palabra, se ha manifestado la gloria, el esplendor de la presencia divina que manifestaba su santidad. Esta no está ya sujeta a un lugar material, resplandece en una persona que se puede tocar y ver, Jesús. Dios no guarda celosamente su gloria, la comunica a los hombres.
En el evangelio de Juan encontramos un episodio significativo en el que Jesús manifiesta su gloria. Se halla al inicio del evangelio, y Juan dice expresamente: Aquí manifestó Jesús su gloria (2,11). Esta expresión –que no es usada en referencia a ninguna de las acciones extraordinarias que cumple Jesús, como la resurrección de Lázaro u otros eventos destacados-, la usa el evangelista para la transformación del agua en vino en las bodas de Caná. ¿Qué significado tiene dicha transformación? La nueva relación de Dios con los hombres. El ser humano no tiene que merecerse el amor de Dios, puede acogerlo como un don gratuito que le es concedido. Y es precisamente aquí donde Jesús manifiesta su gloria. La antigua alianza, basada en la observancia de la ley, es sustituida por la nueva, fundada en el amor gratuito e incondicionado.
La gloria de Jesús se manifiesta en el anuncio de una nueva relación entre Dios y el hombre, que se fundamenta ahora en la semejanza, más allá de la obediencia. Cada vez que el hombre es capaz de amar a quien no lo merece, de hacer el bien sin pretender nada a cambio, de adelantarse a perdonar antes que se le solicite el perdón, allí se manifiesta la gloria de Dios. Con Jesús –dice Juan- no solo se puede ver la gloria de Dios, sino que ésta viene comunicada a los creyentes.


… gloria como del Unigénito del Padre. Por hijo único, primogénito o Unigénito, se entendía en la cultura de la época, la figura del heredero, aquél que recibía todo cuanto poseía su padre. La gloria que brilla en Jesús no es un simple reflejo de la de Dios, es la plenitud de la gloria del Padre. Este es un detalle muy importante, porque de ahí se deduce que Jesús no es como Dios, sino que Dios es como Jesús. Este es un punto de partida esencial para comprender todo el desarrollo del evangelio.
¿Qué quiere decir aquí Juan? Si decimos que Jesús es como Dios, quiere decir que partimos de una determinada imagen de Dios. Pero es una imagen creada por la devoción, por las filosofías o las supersticiones, proyección, en definitiva, de los miedos, ambiciones y frustraciones humanas. El evangelista da la vuelta por completo al razonamiento: ¡Dios es como Jesús! A Dios nadie lo ha visto nunca, el único modo para descubrir quién es Dios, consiste en fijar la mirada en Jesús.

La presencia de Jesús manifiesta la misma presencia del Padre.
-          En Juan 14, Felipe solicita a Jesús: Muéstranos al Padre y nos basta. La respuesta de Jesús es demoledora: ¡Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, Felipe, y aún no me conoces! Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.
-          El conocimiento de Jesús da paso al conocimiento de Dios: ¿Cómo puedes decir: muéstranos al Padre? Las palabras que yo digo, no las digo por cuenta propia; el Padre que permanece en mí, cumple sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí; al menos, creedlo por las obras” (14,8-11).
Para Jesús, el único criterio de validez son las obras, obras que han comunicado vida a los hombresLa presencia del Padre en Jesús y en las personas se manifiesta mediante obras que extienden la acción creativa de Dios, obras que comunican vida. Nosotros prolongamos la acción creadora del Padre cada vez que transmitimos energías vitales y comunicamos vida a los demás.
El prólogo prosigue en un crescendo embriagador, hasta alcanzar cotas de alturas insospechadas.

… lleno de gracia y de verdad. Juan se remonta a la tradición del Antiguo Testamento, donde se afirma que Dios es misericordioso y leal, rico de gracia y de fidelidad (Sal 85). El adjetivo hebreo que significa rico, se puede traducir también por lleno. La plenitud del hijo consiste en el amor, y el término gracia indica un amor generoso que se traduce en don.

Dios no dirige su amor a quien se lo merece, sino a quien lo necesita. El amor de Dios no nace de la necesidad del hombre, sino que la precede. Esta afirmación otorga gran serenidad al hombre, porque le hace consciente de la magnitud del regalo que se le concede gratuitamente y de forma incondicionada. Es un amor que precede a la misma creación y que no desea sino comunicarse a manos llenas. Así pues, lleno de gracia y de verdad significa el colmo de un amor que es fiel. Aunque el ser humano caiga en la infidelidad, el amor de Dios permanecerá siempre fiel, como Jesús es fiel a lo largo de todo el evangelio.

El encuentro de Dios con el hombre pecador no está hecho de amenazas, sino a base de un ofrecimiento de amor que se renueva siempre.
·         Cuando Jesús se encuentra con la Samaritana, él es el esposo que va en busca de la esposa adúltera. No la amenaza con castigos. Antes bien, le dice: Si reconocieras el don de Dios... (Jn 4,10).
-          No hay lugar para la amenaza, Jesús ofrece a la adúltera un amor mayor del que ha podido experimentar hasta ahora (Jn 8,1-11).
-          Cuando en la dramática noche de la traición, Jesús se halla sentado con Judas, toma un pedazo de pan, lo moja y se lo ofrece a Judas. Se trata de un gesto muy importante. En los banquetes con huéspedes de prestigio, el anfitrión iniciaba la cena exactamente con ese mismo gesto, ofreciendo el plato al invitado de mayor categoría. Frente al traidor, Jesús no cesa de ofrecerle su amor, haciéndole ver la importancia que tenía para él (Jn 13,26ss).
Según una imagen bíblica, el pecado del hombre es como una piedra que cae en un torrente de agua. La piedra no solo no detiene la corriente, sino que le da aún más ímpetu. Paradójicamente, cuanto más pecamos, mayormente suscitamos el amor de Dios hacia nosotros.

15Juan da testimonio de él y grita diciendo: Este es de quien dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.
 El evangelista, ahora, traslada al lector el testimonio de Juan el bautista. Juan niega que él sea el Cristo, el esposo de Israel. Jesús es quien debe fecundar a este pueblo.
Los momentos del amor que Dios comunica se suceden en un movimiento creciente y sin límites, excepto los límites que pone el ser humano. Jesús lo dice: Dios no da el Espíritu con medida, es decir, Dios concede su Espíritu –o sea, el amor- sin medida. El amor de Dios es ilimitado, los límites los ponemos nosotros.
El mensaje de Jesús no se transmite a través de proclamas doctrinales, sino mediante la transmisión de experiencias de vida. No tiene sentido inculcar la doctrina a la fuerza, la persona acaba vomitando y rechazando todo. Hay que hacer percibir a los demás la riqueza de la vida de Cristo. Y entonces, solo cuando la persona se interroga acerca de lo que hay detrás de esta vida, entonces tiene sentido ofrecer explicaciones doctrinales. Los gestos que comunican vida son comprendidos universalmente, en cada época y lugar, y son siempre los mismos: por ejemplo, no hace falta ninguna explicación para entender lo que es una caricia, un beso, un abrazo, etc. La prueba que puede aportar la comunidad cristiana para dejar constancia de la vida genuina que atesora, consiste en una respuesta generosa de amor al amor que ha recibido de parte de Dios; esta respuesta de la comunidad dará ocasión al Padre eterno para que derrame más amor aún, y esto conducirá al individuo hacia su crecimiento verdadero.

Jesús nos presenta la imagen de un Dios que no se deja vencer en cuanto al celo hacia sus hijos. Cuanto más grande sea la respuesta del hombre a su amor, mayor será la acción del Espíritu sobre él, acción que lo transforma en hijo de Dios. Es como el obrar de un padre que continuamente comunica vida al hijo para hacerle crecer. Todo aquél que produce amor, atrae y suscita la intervención de Dios, quien va eliminando progresivamente el mal que pueda haber en la persona. En efecto, la respuesta del Padre al hombre que produce amor no es otra que la eliminación gradual de los aspectos que le impiden vivir libremente la capacidad de amar.
Nuestro objetivo exclusivo debe ser, por tanto, esforzarnos por amar siempre más y mejor a las personas que tenemos en torno. Cuando el Padre observa esta actitud, colabora a que crezca este amor.

17Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
Con Jesús, ha finalizado para siempre la relación con Dios que se basaba en el cumplimiento riguroso de la ley. Por ley se entendían los cinco primeros libros de la Biblia, los cuales contenían todas las normas de comportamiento, incluidos los mandamientos, que hacían posible el encuentro entre los hombres y Dios. Bien, todo esto ya no tiene vigencia, ha pasado a la historia.

La gracia y la verdad, o sea, este amor fiel, nos han llegado por Jesucristo. En la Antigua Alianza, el creyente obedecía a Dios observando sus leyes. En la nueva alianza, el creyente es quien se asemeja al Padre a base de poner en práctica un amor similar al suyo. ¿Cuál es la diferencia?: mientras que la infidelidad y la traición del hombre hacían nulo, abolían el pacto con Dios, ahora el amor fiel de Dios no admite ningún tipo de condicionamiento. Aunque el hombre no lo ame, Dios sigue amando al hombre. A pesar de la infidelidad del ser humano, Dios permanece fiel, porque el pecado del hombre no interrumpe la comunicación de amor por parte de Dios.

18A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
El versículo conclusivo supone, en realidad, una invitación a leer el evangelio. El evangelista es categórico. El Hijo único que es Dios y está en el seno del Padre, es él quien nos lo ha revelado. Expresándose así, el evangelista relativiza la importancia de todas las afirmaciones contenidas en el Antiguo testamento, todo cuanto enseñan Moisés, Elías y otros.
Aparece ahora por primera vez en el prólogo y en el evangelio la definición de Dios como Padre, que es necesario entender según la cultura de la época. En la lengua hebrea no existe el término “progenitores”. Existe un padre y una madre, con funciones completamente diferentes. El padre es quien genera al hijo, la madre, una especie de incubadora que recibe el semen del hombre, lo hace desarrollar y, luego, lo trae al mundo. Hoy sabemos que en el hijo están combinados elementos tanto del padre como de la madre, pero en aquella época esto no era evidente. Por ello, afirmando que Dios es Padre, el evangelista pretende decir que recibimos la vida solo de él. Esta frase constituye la conclusión del prólogo, así como el inicio a la lectura del evangelio.

Como conclusión podemos afirmar que el único modo de conocer a Dios es conocer a Jesús, y en este momento, se nos abren las páginas del evangelio. En las mismas, encontramos un rasgo que se repite constantemente, un rasgo característico de Jesús y, por tanto, también de Dios: nos encontramos con un Dios enamorado de los hombres, un Dios que se coloca siempre a favor de ellos, un Dios que comunica vida y, sobre todo, un Dios que se pone al servicio de los hombres para lavarles los pies.






[1] Cfr. Benedicto XVI, La infancia de Jesús, Planeta, 2012. pp.14ss. El presente comentario está basado en las aportaciones de Mateos, J y Barreto, J., Juan. Texto y comentario. Córdoba. El Almendro. 2002; id. Vocabulario Teológico de Juan. Madrid. Cristiandad. 1980; id. El Evangelio de Juan. Madrid. Cristiandad. 1992; Brown, R.E., El evangelio y las cartas de Juan. Bilbao. Desclée de Brouwer. 1988; Castro Sánchez, S., Evangelio de Juan. Madrid, Comillas y Bilbao, Desclée de Brouwer (Bilbao). 2001.
[2] Esta verdad fundamental no la solemos tener en cuenta. Es muy difícil  ver en un maltratador, en un ladrón, en los asesinos “a criaturas que son expresión de Dios y que no son malas de por sí” pero que viven en la tiniebla. Son criaturas de Dios como yo, llamadas a ser hijos de Dios como yo, pero han equivocado la perspectiva, no tienen la luz, no tienen claro el proyecto…Y es muy fácil decir: deberíamos matar a toda esa escoria, sin tener en cuenta que el proyecto de Dios es que lleguen a ser “hijos”. Preferimos no preguntarnos, dejando al ser humano aparte, y someternos a nuestra mentalidad y a las leyes que dividen en puros e impuros, dañinos y beneficiosos.
[3] En esta frase, comenta J. Mateos, "se contiene un principio que dominará todo el evangelio: Dios no sustituye al hombre, sino que lo capacita para que él pueda desarrollar su propia actividad. Y lo capacita haciendo que nazca de nuevo por la comunicación de su Espíritu, dándole así una calidad de vida que potencia su ser y le permite desarrollarlo hasta realizar en sí el proyecto creador. Desde este momento, la acción de Dios y la del hombre son indistinguibles, pues actúa el hombre al completo, del que es componente el Espíritu de Dios". El evangelio de Juan, o.c., p. 68.

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