SÁBADO
13 DE ENERO
Marcos 2,13-17
13Salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente
acudía a él y les enseñaba. 14Al pasar vio a Leví, el de Alfeo,
sentado al mostrador de los impuestos, y le dice: Sígueme. Se levantó y lo
siguió. 15Sucedió que, mientras estaba él sentado a la mesa en casa
de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaban con Jesús y sus discípulos,
pues eran ya muchos los que lo seguían. 16Los escribas de los
fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos:
¿Por qué come con publicanos y pecadores? 17Jesús lo oyó y les dijo:
No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a
justos, sino a pecadores.
COMENTARIO
13Salió de
nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a él y les enseñaba.
Como prueba de lo antes expuesto, que el amor de Dios se extiende
a todo hombre, Jesús invita a pertenecer a su círculo a un excluido por la
institución religiosa judía, considerado oficialmente como un pagano.
14Al pasar vio
a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice: Sígueme.
Se levantó y lo siguió.
Hasta ahora Jesús ha invitado a seguirlo a hombres integrados en
el pueblo de Israel. Ahora, llevando a la práctica el mensaje universalista que
ha expuesto, invita a un personaje, Leví, que, aunque de origen judío, es
considerado, a causa de su profesión (recaudador), un descreído sin Ley,
prácticamente un pagano, y que, por ello, está excluido de Israel.
Jesús lo llama como a los cuatro primeros (1,16-21a). Los que
estaban religiosa y socialmente marginados y excluidos de la alianza entran en
el Reino de Dios lo mismo que los que proceden del judaísmo. Muestra así Jesús
el amor de Dios a todos los hombres: todo individuo, de cualquier religión,
creencia o catadura moral, que esté dispuesto a cambiar de vida, es apto para
el Reino.
La ruptura de Leví con su pasado de injusticia está expresada por
la oposición entre estaba sentado y se levantó. Abandona su estilo de vida para
seguir a Jesús.
15Sucedió que,
mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y
pecadores se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran ya muchos los que
lo seguían.
Su casa/hogar (posesivo ambiguo, de Jesús y de Leví) es figura de
la nueva comunidad del Reino (banquete mesiánico), compuesta de dos grupos: el
de los discípulos (primera vez que se usa esta denominación), al que pertenecen
los primeros llamados (1,16-21a), que procedían del judaísmo (cf. Is 54,13), y
el grupo de los otros seguidores, muy numerosos, que no proceden de él
(excluidos de Israel). La postura de los comensales (estar recostado,
reclinarse) es la propia de hombres libres. El centro de la nueva comunidad es
Jesús; su espíritu es la unión, amistad y alegría propias de un banquete. El
grupo procedente del judaísmo es anterior en el tiempo, pero no superior en
dignidad.
16Los escribas
de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus
discípulos: ¿Por qué come con publicanos y pecadores?
El hecho de que en la comunidad estén juntos los discípulos judíos
con gente sin religión (recaudadores y descreídos / pecadores), considerada
impura y religiosamente discriminada, suscita la protesta de los maestros de la
Ley, que pretenden mostrar a los discípulos lo impropio de la conducta de su
maestro.
17Jesús lo oyó y les dijo: No necesitan médico los
sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores.
Jesús los rebate. Los que son fuertes son los que ocupan una posición
de fuerza, los jefes (Cfr. Is 1,23-24; 3,1.2.25; 5,22; 22,3); los que se
encuentran mal son los oprimidos (como en 1,32). Los letrados, que tienen
fuerza y dominio, no sienten necesidad de un liberador; los despreciados y
oprimidos por ellos sí la sienten, y la misión de Jesús es precisamente
responder a esa necesidad.
La protesta de los potentes no se debe solo a motivos religiosos,
sino también al deseo de conservar su poder: no quieren que los oprimidos se
emancipen y alcancen la libertad. La discriminación es para ellos un
instrumento de dominio. Justos son los satisfechos de sí mismos que no desean
cambio ni piensan necesitar salvación; pecadores, los que son conscientes de
necesitarla.
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