¿Qué conversación es esa que
traéis por el camino?
Es
la pregunta del Resucitado a aquellos discípulos que han decido abandonar Jerusalén,
después del fracaso de la cruz.
Lo
que estamos viviendo es el punto de partida para el encuentro con el
Resucitado. No hace falta irse a otros lugares para encontrarnos con Jesús. A Jesús
podemos encontrarlo presente en nuestra vida, en los acontecimientos de cada
día.
Hay
muchas maneras de acercarse al Evangelio. Una de ellas es desde la oración
comunitaria compartiendo la propia vida. Se trata de dejar que el Evangelio de
Jesús ilumine la propia vida. Es
interpretar la vida a luz del evangelio. Es discernir. Compartir lo que estoy
viviendo a la luz del Evangelio.
Para
esto no se necesita ser especialista. Solo disponibilidad, apertura metal y
afectiva, cierta dosis de sinceridad.
El
evangelio surgió como experiencia vital de una comunidad que leía sus propias historias
a la luz de la historia de Cristo. Los personajes del evangelio son personajes
históricos y, a la par, simbólicos. Esto quiere decir que el Evangelio se
escribe no para contar unos hechos que acontecieron hace 2000 años, sino
principalmente son catequesis para que todo aquel que se acerque a los
evangelios pueda ver iluminada su historia. Pues la historia que se está contando
en el evangelio es la propia historia.
Si participas en
algún grupo de orar el Evangelio se requiere capacidad para dejarse sorprender.
El evangelio va a chocar contra la propia estructura mental. Al principio se
siente un fuerte rechazo hacia la nueva propuesta del evangelio. Jesús al
comienzo de su predicación anuncia: Convertíos y creed en la Buena Notica
del Evangelio. ¿Qué es convertirse? Es cambiar la forma de pensar… porque
El evangelio me propone otra forma de pensar, de sentir, de actuar. Y por
tanto, de interpretar la vida, la realidad.
Mucha gente
vivía en tiempos de Jesús, pero fueron pocos los que se decidieron a seguir a
aquel carpintero de Nazaret. ¿Por qué? Entre otras razones, porque seguirle
suponía la renuncia a los viejos esquemas y adentrarse en la nueva manera de
ver la vida. Incluso, los que en principio más y mejor lo podían haber reconocido,
las autoridades religiosas, fueron los que lo mataron pensando que aquel juicio
y condena era una acto religioso. Matan al Hijo de Dios en nombre de dios.
Una de los
principales desafíos actuales es: ¿Cómo hacer posible que el evangelio de Jesús
sea hoy Buena y Nueva Noticia?
ü Por un lado, nos encontramos que en todas las Eucaristías
se lee, se proclama, el Evangelio. ¿Y? Pues que no dice nada o casi nada. Ayer
leíamos el evangelio del encuentro de Jesús con Zaqueo, recaudador de
impuestos, ladrón, pecador público (=publicano). ¿Nos imaginamos dicho
encuentro? ¿Lo vemos normal? ¿De verdad? ¿Podemos imaginar el encuentro de uno
de nosotros con una corrupto público pues hemos decido aceptarlo
incondicionalmente? Ah, claro es que nosotros somos mejor que Zaqueo. ¿De
verdad? ¿Acaso no somos ladrones, también nosotros?
ü ¿No estaremos domesticando el Evangelio? ¿No
habremos perdido la novedad radical de la Buena noticia de Jesús? ¿Cómo es posible
que después de tantos años, el evangelio de Jesús no supone una alternativa de
vida? ¿No habremos perdido el atractivo original del evangelio?
ü Para compartir el evangelio se requiere la disponibilidad de compartir
la propia vida. Orar el evangelio juntos supone cierta dosis de estar dispuesto
a abrirse mental y afectivamente para compartir lo que en este momento estoy
viviendo.
ü Muchas veces tenemos miedo: ¿qué digo? ¿Cómo lo digo? ¿Qué van a
pensar los demás de lo que estoy diciendo o viviendo? Y el miedo nos bloquea, y
no hablamos. Decimos cosas pero no lo que realmente estamos viviendo, y no
progresamos en el conocimiento de Cristo. Las palabras pueden ser obstáculo
para expresar lo que realmente vivimos.
ü No se trata de analizar la experiencia, (esto no es psicoanálisis
ni cualquier otra forma de terapia) sino contemplarla a la luz de Cristo, de su
Evangelio. El protagonista es Cristo, su Palabra, que es siempre luz. Yo he venido al mundo como luz.
ü No hay actividad más importante que compartir el Evangelio. No la
hay. Porque el Evangelio es compartir la propia vida. Creo que en estos
momentos nos sobra información, ideas, noticias… y nos faltan testigos de la
experiencia del Dios de Jesús.
ü Para compartir la vida en la oración evangélica se requiere de la
oración personal. Como todo encuentro es mejor prepararlo para después compartirlo
con los compañeros de camino. La meta de la oración compartida no es solo exponer
ideas, sensaciones, emociones o vivencias, sino dejarse interpelar la propia
vida desde la experiencia del evangelio. El evangelio surge como fruto de la
reflexión de los primeros cristianos. Buscan interpretar su vida desde la fe en
Jesús de Nazaret. Comienzan a recoger escritos, testimonios de aquellos que
habían convivido con el Maestro porque aquello suponía otra forma de interpretar
su vida. Cuando dos o más se reúnen en mi nombre yo estoy en medio de ellos.
ü Orar el evangelio es entrenarse cada día en el estilo de vida de
Jesús. Cada día, en la vida. Si reducimos el evangelio solo a la celebración
dominical, es que no acabamos de descubrir su importancia en nuestra vida. Se
precisa distinguir lo urgente de lo importante. Y el evangelio nos traslada a
la zona y al espacio de lo importante.
En
la medida que nos abrimos en la oración evangélica, el Espíritu de Jesús va
penetrando en nuestro interior y lo va transformando. En la medida que nos
abrimos, el Espíritu va entrando. Es más, aunque permanezcamos cerrados, el
Espíritu entra en nosotros… Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los
discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y
les dijo: Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y, dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…
ü No hemos de hablar
con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo mejor es cerrar
los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su Presencia.
Tampoco nos hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera solo
en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en
nuestro corazón. Lo importante es insistir hasta tener una primera
experiencia, aunque sea pobre, aunque solo dure unos instantes. Si
un día percibimos que no estamos solos en la vida, si captamos que
somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No importa que hayamos
vivido olvidados de él. Creer en Dios es, antes que nada, confiar en el amor
que nos tiene.
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