miércoles, 17 de marzo de 2021

 ORACIONES PARA SEMANA SANTA… Y PARA SIEMPRE

(I)

 

Ha sido una constante en la teología cristiana interpretar la muerte de Cristo desde una lectura sacrificial: a través del sacrifico cruel y despiadado de un inocente, la humanidad obtenía el perdón de sus pecados.

“La muerte de Cristo fue necesaria para redimir al mundo”. Esto lo pensaba Pablo de Tarso e interpretado al pie de la letra es lo que pensamos muchos.

Así lo creemos, lo celebramos y vivimos.

Hasta Caifás lo pensaba: Es mejor que muera uno solo, que no perezca todo el pueblo. (Juan 11,49-50).

 

Todos pensamos que es preferible optar por el mal menor si se logra un bien mayor. Todos pensamos igual, menos uno: la víctima.

 

¿Por qué debe sufrir una persona para que muchos fueran redimidos?

¿Por qué Jesús “debía” sufrir y morir para lograrlo?

¿Por qué era “necesaria” una muerte para salvar al resto?

¿No era posible que Dios redimiera a toda la humanidad sin la mediación “necesaria” de una víctima inocente?

¿Qué lógica y qué Dios pueden legitimar aquella doctrina de la necesidad de una víctima?

 

 

Hemos interpretado, Señor, tu muerte

como un instrumento,

como un medio de perdón o reconciliación,

como un sacrificio que ejerce de moneda de cambio:

Jesús, con su sangre, con su sufrimiento y dolor,

es esa moneda:  Tu pagabas  a Dios la deuda,

aplacabas su divina ira

compensabas el daño causado por mi y por tu pueblo.

 

Sin embargo,

contemplándote en Getsemaní,

en la Cruz,

puedo descubrir que no eres una víctima exigida por Dios,

sino que eres la víctima inocente de la injusticia,  

de la violencia, de la ambición y del afán de poder de algunos poderosos,

que vieron en tu vida, en tus palabras y hechos un desafío al ejercicio de su poder.

 

Señor,

creo que es preferible sacar a tu Dios,

de la ecuación de la muerte.

Tu sufrimiento, tu Getsemaní, y el de tantos hombres,

no es algo exigido, necesitado, querido o permitido por Dios,

como si el Padre fuese el destinatario,

el beneficiario inmediato de un bien que se negocia.

 

Tu Dios, al que llamas Abba,

no espera tu muerte,

ni la busca, ni la quiere, ni la necesita, ni la permite.

¡Fuera de mí este lenguaje blasfemo!

¡Apártate  de mi Satanás, tú piensas como los hombres, no como Dios!

 

Tu Padre no utiliza tu muerte como el pago

o compensación de nuestras deudas y ofensas.

Tu Dios Padre no está esperando el sacrificio de tu vida,

de su propio hijo,

para concedernos su perdón.

La presencia de tu Padre Dios en Getsemaní,

en la Cruz, “Dios mío, Dios, ¿Por qué me has abandonado?

es silenciosa, de aparente ausencia, “como si” no estuviera.

 

Tu sufrimiento en Getsemaní,

tu terror y angustia,

tu tristeza,

nos revelan, nos quitan los velos,

nos hacen ir de las apariencias a la realidad

y nos abren al modo de estar Dios en la historia:

que acepta nuestra autonomía,

acepta nuestra responsabilidad,

y es la manifestación de su decisión

de no intervenir alterando el curso de la historia…

 

Tu, Señor, Jesús,

aceptas tu destino como consecuencia de tu modo de vivir

y tu Padre acepta esta decisión,

respeta tus decisiones,

tus estilos y preferencias,

sin intervenir milagrosamente…

como a nosotros nos gustaría,

o como tantas veces exigimos que así debería ser,

por el solo hecho de que lo exigen el cumplimento

de las expectativas que nos hemos creado sobre ti.

“Dios debería ser como yo exijo que sea…”

 

El discurso y razonamiento sobre un Dios

que acepta y justifica la existencia de víctimas es injusto y horrible

y, desde el punto de vista del Dios revelado en la cruz de Jesús,

es…blasfemo

 


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