ORACIONES PARA SEMANA SANTA… Y PARA SIEMPRE
(I)
Ha
sido una constante en la teología cristiana interpretar la muerte de Cristo
desde una lectura sacrificial: a través del sacrifico cruel y despiadado de un
inocente, la humanidad obtenía el perdón de sus pecados.
“La muerte de Cristo
fue necesaria para redimir al mundo”. Esto lo pensaba Pablo de Tarso e
interpretado al pie de la letra es lo que pensamos muchos.
Así
lo creemos, lo celebramos y vivimos.
Hasta
Caifás lo pensaba: Es mejor que muera uno
solo, que no perezca todo el pueblo. (Juan 11,49-50).
Todos
pensamos que es preferible optar por el mal menor si se logra un bien mayor.
Todos pensamos igual, menos uno: la víctima.
¿Por qué debe sufrir
una persona para que muchos fueran redimidos?
¿Por qué Jesús “debía”
sufrir y morir para lograrlo?
¿Por qué era “necesaria”
una muerte para salvar al resto?
¿No era posible que
Dios redimiera a toda la humanidad sin la mediación “necesaria” de una víctima
inocente?
¿Qué lógica y qué Dios
pueden legitimar aquella doctrina de la necesidad de una víctima?
Hemos
interpretado, Señor, tu muerte
como
un instrumento,
como
un medio de perdón o reconciliación,
como
un sacrificio que ejerce de moneda de cambio:
Jesús,
con su sangre, con su sufrimiento y dolor,
es
esa moneda: Tu pagabas a Dios la deuda,
aplacabas
su divina ira
compensabas
el daño causado por mi y por tu pueblo.
Sin
embargo,
contemplándote
en Getsemaní,
en
la Cruz,
puedo
descubrir que no eres una víctima exigida por Dios,
sino
que eres la víctima inocente de la injusticia,
de
la violencia, de la ambición y del afán de poder de algunos poderosos,
que
vieron en tu vida, en tus palabras y hechos un desafío al ejercicio de su
poder.
Señor,
creo
que es preferible sacar a tu Dios,
de
la ecuación de la muerte.
Tu
sufrimiento, tu Getsemaní, y el de tantos hombres,
no
es algo exigido, necesitado, querido o permitido por Dios,
como
si el Padre fuese el destinatario,
el
beneficiario inmediato de un bien que se negocia.
Tu
Dios, al que llamas Abba,
no
espera tu muerte,
ni
la busca, ni la quiere, ni la necesita, ni la permite.
¡Fuera de mí este
lenguaje blasfemo!
¡Apártate de mi Satanás, tú piensas como los hombres, no
como Dios!
Tu
Padre no utiliza tu muerte como el pago
o
compensación de nuestras deudas y ofensas.
Tu
Dios Padre no está esperando el sacrificio de tu vida,
de
su propio hijo,
para
concedernos su perdón.
La
presencia de tu Padre Dios en Getsemaní,
en
la Cruz, “Dios mío, Dios, ¿Por qué me has
abandonado?
es
silenciosa, de aparente ausencia, “como si” no estuviera.
Tu
sufrimiento en Getsemaní,
tu
terror y angustia,
tu
tristeza,
nos
revelan, nos quitan los velos,
nos
hacen ir de las apariencias a la realidad
y
nos abren al modo de estar Dios en la historia:
que
acepta nuestra autonomía,
acepta
nuestra responsabilidad,
y
es la manifestación de su decisión
de
no intervenir alterando el curso de la historia…
Tu,
Señor, Jesús,
aceptas
tu destino como consecuencia de tu modo de vivir
y
tu Padre acepta esta decisión,
respeta
tus decisiones,
tus
estilos y preferencias,
sin
intervenir milagrosamente…
como
a nosotros nos gustaría,
o
como tantas veces exigimos que así debería ser,
por
el solo hecho de que lo exigen el cumplimento
de
las expectativas que nos hemos creado sobre ti.
“Dios
debería ser como yo exijo que sea…”
El
discurso y razonamiento sobre un Dios
que
acepta y justifica la existencia de víctimas es injusto y horrible
y,
desde el punto de vista del Dios revelado en la cruz de Jesús,
es…blasfemo
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