SEMANA SANTA. CICLO B.
DOMINGO DE
RAMOS
Vamos a ver las lecturas de este Domingo de Ramos
como los primeros cristianos. Nos servirá como marco para descifrar, comprender
e interpretar la Semana Santa desde el punto de vista de la Escritura.
Todo desde la Cruz de Cristo. Desde el Crucificado.
Vamos a preguntarnos: ¿qué está pasando? ¿Qué
ha pasado? ¿Quién es este que muere en la cruz? ¿Y qué Dios se nos revela?
Mejor, ¿Qué imagen de Dios se nos revela a través de estos textos?
Siempre la referencia: El crucificado.
Una imagen: el calvario visto desde el
sepulcro.
· El
mayor problema que tuvieron los seguidores de Jesús en los primeros años fue explicar porqué Jesús, el Mesías, había
muerto en la cruz, del modo más vergonzoso, humillante, aparentemente
abandonado por Dios (Mc 15,34: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Y esto llevó a una gran diversidad
en los modos de interpretar la muerte de Jesús.
·
Las
respuestas variaron de acuerdo a los
modelos que se utilizaron para entender aquel acontecimiento, en su mayoría
tomados de las Sagradas Escrituras; de este modo, además de encontrar sentido
por analogía (semejanza y desemejanza, al mismo tiempo) con prototipos o
modelos del pasado, se subrayaba el
significado teológico de aquella muerte: Dios tenía previsto y había anticipado
de algún modo la muerte de su Mesías.
Lo
primero que hacen las primeras comunidades, desconcertados por el
acontecimiento de la cruz, es buscar imágenes, figuras, metáforas en el AT que
ayudaran a dar una explicación, un sentido. Uno de los textos en los que buscan
y encuentran es en el profeta Isaías:
PRIMERA
LECTURA. Del libro de Isaías 50, 4‑7
El Señor Dios me ha
dado una lengua de discípulo;
para saber decir al
abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me
espabila el oído,
para que escuche como
los discípulos.
El Señor Dios me
abrió el oído;
yo no resistí ni me
eché atrás.
Ofrecí la espalda a
los que me golpeaban,
las mejillas a los
que mesaban mi barba;
no escondí el rostro
ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me
ayuda,
por eso no sentía los
ultrajes;
por eso endurecí el
rostro como pedernal,
sabiendo que no
quedaría defraudado.
Palabra de Dios.
Esta lectura pertenece a los cánticos del
DeuteroIsaías (Is 40-55). Se trata de un autor del tiempo del exilio que
proyectó el dolor y la esperanza del pueblo en un personaje piadoso que servía
como tipo de la situación de Israel: por el rechazo y sufrimiento inocente del
que fue objeto, cargó sobre sí las culpas de todos y fueron perdonadas por Dios
e identificado con el Siervo de Yahvé,
identificado con el pueblo de Israel, con un individuo concreto, con el Mesías
Esta figura permitió al pueblo en el exilio
interpretar el destierro y la suspensión del culto, no solo como un castigo por
los pecados acumulados, sino como una oportunidad para que todos los pueblos
viesen en ellos un modelo a seguir y se unieran a Israel en el cargar los
pecados de otros se solapa en gran medida con la siguiente interpretación, la del
sacrificio de expiación.
Surge así una idea innovadora en el AT: el valor redentor del sufrimiento: el
grano de trigo ha de morir para dar fruto. Sentido redentor del sufrimiento.
Sufrir por los demás tiene sentido.
De este modo, los
primeros seguidores de Jesús utilizaron esta figura para interpretar la muerte
de Jesús como aquella que, precisamente por ser inocente y dolorosa, cargó sobre
sí el dolor y el sufrimiento de todos aquellos que habían pecado y merecían la
muerte. En este sentido se pueden entender las alusiones a la "entrega" de Cristo (Rom 4,25 o 1 Cor
15,1-8).
Otro
texto que les resultaba familiar y también les ayudaba a dar respuesta sus
preguntas eran los Salmos. Especialmente este, el Salmo 22.
SALMO
RESPONSORIAL. Sal 21, 8‑9. 17‑18a. 19‑20. 23‑24
R. Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto lo quiere.» R.
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R.
Se reparten mi ropa, echan a suertes mi
túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
R.
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Los que teméis al Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R.
Las palabras del comienzo de este salmo son
puestas por Marcos en boca de Jesús en el relato de la Pasión que leeremos en
el Evangelio:
·
La oscuridad, el abandono, el silencio
de Dios se convierten en “revelatorios”, reveladores; pero eso hay que “verlo”, “reconocerlo” en la cruz, en el
modo de morir Jesús (más que en otro momento de la vida de Jesús), como hace el
centurión (Mc 15,39); esta “visión” y
comprensión de Jesús (“hijo de Dios”) es una comprensión de Dios (padre de
Jesús), de su modo de ser y actuar, que es su silencio, su aceptación total (no
reactiva) de la libertad de los hombres, incluso la violencia de las personas
sobre la víctima inocente; esto es lo que el lector de Marcos debe asumir; solo
entonces se puede “terminar” el Evangelio, poner palabra al silencio de Dios.
· La
muerte de Jesús es la muerte de una víctima de la injusticia, de la violencia,
de la codicia y del afán de poder de algunos poderosos, que vieron en su vida,
en sus palabras y hechos, un desafío al ejercicio de su poder.
Debemos sacar de la
ecuación de la muerte de Jesús a “Dios” (como si este fuese el destinatario, el
beneficiario inmediato de un bien con el que negocia);
Dios no espera su muerte, ni la busca, ni la quiere, ni
la necesita... El grito de abandono
que se oye en la cruz (¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”, Mc
15,34)
es el modo de explicar esta ausencia:
-
Dios
no utiliza esa muerte como pago o compensación por deudas u ofensas; Dios no
está esperando el sacrificio de la vida de su hijo para conceder el perdón a la
humanidad.
-
La
presencia de Dios en la cruz de Jesús es silenciosa, de aparente ausencia, como
si no estuviera; hasta Jesús siente esa ausencia como abandono (aunque
confiado: Sal 22).
·
La muerte de Jesús en la cruz es la
revelación de cómo es Dios y cómo actúa; es decir, que no toma en cuenta las
transgresiones porque no le ofenden (2 Cor 5,19).
La muerte de Jesús es soteriológica/salvífica también porque salva de una falsa imagen de Dios, de
una idolatría, y permite entrar en una nueva relación con el Dios de Jesús que,
reconcilia, ama y salva.
San
Marcos, el evangelio más antiguo, se hace la pregunta ¿Quién es este? Su
evangelio comienza diciendo: Comienzo del
Evangelio de Jesucristo, hijo de Dios. La cuestión de la identidad es el
hilo conductor de todo su evangelio: ¿Y
vosotros quien decís que soy yo? Marcos pone su relato al servicio del
creyente, la comunidad, que tendrá que buscar a lo largo del relato las
respuestas a la pregunta de la identidad de Jesús. Y la identidad de Jesús
llevará a la pregunta ¿Qué Dios se nos revela en este hombre?
EVANGELIO:
Pasión según San Marcos 14,1-15,47
PISTAS PARA
SU LECTURA:
· Marcos destaca la profunda
humanidad de Cristo, especialmente en Getsemaní. Predomina en sus palabras un
tono de tristeza, incluso de amargura (14,37.48-49), con el que Marcos subraya la humanidad profunda de Jesús.
·
Las preguntas que se planteaban los primeros cristianos siguen
presentes: ¿Quién es Jesús, Quién es el
que ha muerto en la cruz? ¿Y a que Dios revela? ¿Qué imagen de Dios se nos
revela en la cruz?
Cuatro veces se debate en
estos capítulos la identidad de Jesús:
-
El sumo sacerdote le pregunta si es el Mesías (14,61). ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?
A la pregunta responde Jesús en sentido afirmativo, pero centrando su respuesta
no en el Mesías, sino en el Hijo del Hombre triunfante (14,62).
-
Pilato le pregunta si es el Rey
de los judíos (15,2), Jesús responde con una evasiva: “tú lo dices” (15,2).
-
Los sumos sacerdotes y escribas ponen como condición para creer que es
el Mesías que baje de la cruz (15,31-32), Jesús no responde. 31Los
sumos sacerdotes se burlaban también de él diciendo:
-
A otros ha salvado y
a sí mismo no se puede salvar. 32Que el Mesías, el rey de Israel,
baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.
También los que
estaban crucificados con él lo insultaban.
-
El centurión confiesa que es hijo de Dios (15,39). Jesús ya ha muerto. Verdaderamente este hombre era hijo de
Dios.
· Marcos, que tiene muchas conexiones con Pablo,
muestra al final de su evangelio la única confesión de fe que nadie acalla, la
del centurión que confiesa, al ver morir a Jesús en la cruz: "verdaderamente éste es el Hijo de
Dios" (Mc 15,39).
Esta coincidencia no es casual, obviamente; está
reflejando un nuevo modo de interpretar la cruz que habla no solo del
Crucificado sino, sobre todo, de Aquel a quien el Crucificado imita o revela.
· Si esto era cierto, Dios no era como (Marcos y Pablo) había
pensado, un Dios de poder que ejerce su
dominio, controla y pide sacrificios sino todo lo contrario, el que se
sacrifica, se abaja, despoja, se vacía.
Por tanto, el mejor
modo de hablar de Dios no eran las bonitas parábolas que Jesús contaba, o los
hechos que hacía, sino que la mejor y quizá única manera que tuvo Jesús para
hablar plenamente de Dios fue la de imitarle totalmente, hasta el punto de que
la muerte en cruz de Jesús no fue sino el último acto de imitación de Dios. Solo así se puede reconocer a Jesús en la cruz como Hijo
de Dios (Marcos) y al Dios de la cruz como el Padre Dios despojado de todo
poder, de todo privilegio, vulnerable, humillado, desposeído, vaciado.
· La cruz obligó a
modificar la imagen de Dios. Así, estas
lecturas apuntan una nueva interpretación de la muerte de Jesús: Jesús no murió
en la cruz únicamente como víctima de "los
jefes de este mundo" (1 Cor 2,8);
su muerte fue, además, el último gesto, la última
palabra inarticulada (y quizá la única capaz de transmitir el sentido pleno de
su mensaje) con
la que Jesús revelaba su identidad y, sobre todo, la de Dios.
El Padre de Jesús se revelaba, pues, de acuerdo a
esta interpretación de la muerte de Jesús, igual al Crucificado: desprovisto de
poder convencional, vaciado y entregado (Flp 2,6-11, ver Segunda Lectura). Esta
interpretación aparece fundamentalmente en los textos paulinos y de Marcos.
· Pablo, que bebe de las mismas fuentes que Marcos, sugiere
la idea de que el
crucificado no muere víctima de un Dios que necesita su muerte (ni la de
nadie), sino que muere, fundamentalmente, porque era el único modo que tenía
Jesús de imitar –revelar- a DIOS totalmente,
de revelar quién es Dios sin confusión posible (cf. 2Cor 4,4.6).
Jesús muere no para resarcir, compensar, aplacar o
satisfacer a Dios, sino para mostrar precisamente que nada de eso necesitaba porque
amaba a los que merecían morir.
Jesús, el único que
había descubierto la verdadera identidad de Dios, muere en la cruz para mostrar, imitándole, cómo actúa Dios, que DIOS no
reclama nada para sí, ni retiene nada suyo para sí, sino que se entrega del
todo para ofrecer una alternativa a la injusticia dominante (cf. Flp 2,6-7).
Dios es como Jesús en
la cruz y sólo se le puede descubrir mirando al Crucificado (cf. Mc 15,39)
Y san Pablo – al mismo tiempo que Marcos- va a quedar
fascinado por la “revelación” de la muerte
de Jesús en la cruz. Para Pablo el centro de la fe es un hecho: Jesús
crucificado. Este es el centro de tu teología, de su Evangelio, de su buena
noticia, y desde aquí le cambiará su vida y la forma de interpretar su vida, su
fe, y los más diversos aspectos que afectan a la persona.
SEGUNDA
LECTURA. Del Apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6‑-11
Cristo Jesús, siendo
de condición divina, /siendo imagen de Dios/
no retuvo ávidamente
el ser igual a Dios;
al contrario,
se despojó de sí
mismo tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los
hombres.
Y así, reconocido
como hombre por su presencia,
se humilló a sí
mismo,
hecho obediente hasta
la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo
exaltó sobre todo
y le concedió el
Nombre–sobre–todo–nombre;
de modo que al nombre
de Jesús toda rodilla se doble en el cielo,
en la tierra,
en el abismo,
y toda lengua
proclame:
Jesucristo es
Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios.
En este himno Pablo recoge una tradición antigua en
la que se presenta a Jesús "siendo
imagen de Dios" o "poseyendo la forma de Dios"; en cualquier
caso imitando a Dios.
Pablo establece aquí una clara relación antinómica
con las figuras de Adán y Eva.
Según narra Gen 1,26-27 Dios creó a ambos "a su imagen y semejanza"; sin
embargo, lejos de aceptar los límites de esta identidad (Gen 2,16-17), ambos
codiciaron convertirse en dioses (Gen 3,5.22) y malperdieron esa imagen que tuvo que ser sustituida con
vestidos de piel (Gen 3,21).
El modelo de Adán, pues, está determinado por la
codicia, por "considerar un botín el
ser igual a Dios", por querer usurpar una imagen de Dios marcada por
el poder, el honor, la eternidad, la omnisciencia, la omnipotencia, el dominio,
la autoridad; Adán quiso utilizar los medios convencionales para imitar a Dios.
Este himno, sin embargo, ofrece una alternativa:
Jesús, "siendo imagen de Dios",
escogió para imitarle precisamente el camino contrario: el de la
desapropiación, el vaciamiento, la autoentrega, la humillación, la impotencia.
Jesús utilizó unos medios no convencionales para
imitar a Dios. Por tanto, es cierto que este himno es cristológico en cuanto
que habla de cómo Jesús es el Mesías; pero es, fundamentalmente, teológico
porque habla sobre todo de la imagen de Dios que Jesús revela especialmente en
su muerte.
Este himno dice que el Dios de Jesús, el Dios Padre
del que Jesús es Hijo no es como pensaba Adán, un Dios que codicia poder,
honor, dominio, conocimiento y, por tanto, que legitima que los creyentes lo
busquen; el Dios de Jesús,
es un Dios que busca su vaciamiento para llenar a
otros,
su humillación para ensalzar a otros,
su impotencia para que otros tengan la fuerza,
su muerte para que otros tengan vida
Mientras que Adán con aquel comportamiento no se
estaba pareciendo al Dios de quien era imagen, Jesús en la cruz lo imitó
perfectamente, sin ambigüedad. Un Dios así, ¿quién puede codiciarlo?