(Mateo 14,22-33)
Poco a poco, va transcurriendo el verano.
Poco poco, a veces muy lentamente, van pasando los días, las horas, los minutos, los segundos.
A veces, tan lentos que se pueden sentir sus latidos pasajeros...
En esta tarde de calor, de agosto, de sábado quiero subirme a tu barca,
o que tu Jesús te subas a la mía para poder atravesar a la otra orilla.
¡Que miedo pasar a la otra orilla!
A lo desconocido,
a lo que no es como nosotros quisiéramos que fuera,
a lo que debería ser pero no es, y posiblemente nunca será,
al menos como nos gustaría.
En cada relato del evangelio en que aparecen las coordenadas de coger la barca y pasar a la otra orilla, casi siempre aparecen tormentas,
fantasmas, miedos,
vientos encrespados, oleajes espectaculares,
demonios y monstruos mentales...
Y todo por pasar a la otra orilla.
Unas veces con Jesús, otras sin él.
Este lago es muy activo y dinámico,
siempre pasa algo.
¿Que tendrá la otra orilla?
¿Por qué tanta resistencia y miedo a salir de la "propia" orilla para ir a la orilla del otro?
¿Será el miedo a lo desconocido?
¿A lo que no se puede controlar?
¿ Por qué ir si no queremos ir?
¿Por qué arrancarnos de "nuestra" orilla, de esta a la que estamos acostumbrados,
de esta que manejamos,
controlamos y dominamos,
de la que nos servimos y ya no esperamos movernos?
¡Ay, cuanto nos cuesta los cambios, los traslados,
los movimientos, adelantarse a la otra orilla!
¿Para qué, por qué, cómo?
Como que hay algunos que nunca se mueven de su orilla:
salen, viajan, corren, vuelan, andan, nadan,
y además nos lo cuentan, lo enseñan, lo fotografían, lo "cuelgan en la red",
... pero siempre en su orilla.
No quiero ir,
no quiero moverme,
no me apetece,
no tengo ganas,
ahora no, mañana puede.
Sal de ti mismo, sal de ti misma,
ponte en marcha,
fíate de mi palabra,
aunque ahora no la entiendas, a pesar de los vientos
y de las sacudidas de las olas: Ten fe.
No tengas miedo. Ánimo. Soy yo.
¡Y todo por tu empeño de querer ir a la otra orilla!
¡Que manías!
Si nosotros somos el pueblo elegido, ¿para que ir a tierra de paganos?
Si nosotros somos los buenos, ¿por qué ir a tierra de condenados, indeseables e impuros?
Si nosotros somos la salvación, ¿para que ir a tierra de esclavos?
Si nosotros somos los verdaderos, los auténticos, los de toda la vida, ¿para qué movernos? ¿qué tienen ellos que nosotros no poseamos?
Tu propuesta, Jesús, en esta tarde de agosto, de verano, de calor...
es demasiado arriesgada.
Intuyo que se trata de un cambio de mentalidad.
Me suenan los ecos de tus primeras palabras: ¡Convertíos!
¡Cambiad fuera forma de pensar,
vuestra manera de interpretar la vida!
La vida es algo más,
es algo distinto a lo que nos estamos acostumbrando a vivir.
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