Nos
imaginamos que Pilatos no era un mal hombre.
Ni siquiera quería el mal para
Cristo.
Pero se deja presionar y condicionar por los otros.
Primero es su
interés político o personal, después, la justicia o la verdad.
Es el dolor
de la indiferencia, de la frivolidad,
que muchas veces nos reduce al silencio.
La gente se encuentra cómoda y satisfecha en la vida,
al menos en apariencia,
y
no quieren inquietarse por el evangelio.
No quieren profundizar,
prefieren
seguir viendo en la superficie del poder,
del tener,
del famoseo,
de la moda.
Están contentos con lo que son y cómo viven,
mientras a su lado hay gente que
lo está pasando mal.
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