Es el dolor
de las quejas,
de las rabietas,
de las lamentaciones.
Es el dolor del
descontento o del escándalo porque el mundo, la familia el trabajo, la
Iglesia...
no son como yo querría que fueran.
Es la protesta exagerada ante un
mundo que queremos arreglar teóricamente, sin arreglarnos nosotros antes.
Es
exigir que los otros sean como deberían ser,
pero sin que me afecte a mí.
¿Porque
gritar por los otros, por el Otro?
Posiblemente sea más sano llorar por
nuestras inconsecuencias y exigencias, falsas o verdaderas,
que culpabilizar a
los otros.
O reconocer nuestras faltas de coherencia entre lo que decimos
y lo
que hacemos.
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