DOMINGO
(He puesto todo lo que parece en el "cuaderno" "CREYENTES Y DISCÍPULOS" que recoge texto del evangelio, comentario, oración y reflexión sobre los domingos del tiempo ordinario del Ciclo B..... Ver, pinchar en la ETIQUETA: LIBROS)
Juan 6,60-69
60Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: Este modo de
hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? 
61Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les
dijo: ¿Esto os escandaliza?, 62¿y si vierais al Hijo del hombre
subir adonde estaba antes? 63El Espíritu es quien da vida; la carne
no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. 64Y,
con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen. Pues Jesús sabía desde el
principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. 65Y dijo: Por
eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede. 66Desde
entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
67Entonces
Jesús les dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? 
68Simón
Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna; 69nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.
1.    COMENTARIO
Los discípulos han comprendido el sentido de las palabras de Jesús sobre
comer su carne y beber su sangre. Jesús
no busca gloria humana ni la promete a los suyos. No propone un mesianismo
triunfal ni nacionalista, como lo esperaban sus contemporáneos. Seguir a Jesús
no significa no sólo renunciar a toda ambición de poder, sino estar dispuesto a
dar la propia vida por los demás.
Muchos
de sus discípulos protestan contra estas exigencias de Jesús; las consideran excesivas.
Interpretan su anunciada muerte como una debilidad y un fracaso y, en
consecuencia, se niegan a seguirlo en esa entrega. 
Jesús se da cuenta de lo que sucede y afronta la situación: 
-         
Jesús quiere hacerles comprender que una muerte como la suya no significa
un final, no es un fracaso ni signo de debilidad, sino la máxima expresión del
amor, única fuerza y creadora de vida. 
La bajada a la muerte incluye la vuelta a la vida, subir adonde
estaba antes.
-         
Los términos carne y espíritu reflejan dos concepciones del
hombre y, en consecuencia, de Jesús y de su misión. 
o   La carne
sola, sin fuerza ni amor, el hombre no acabado, es débil y sus iniciativas
no llegan a término ni tienen permanencia. 
o  
El Espíritu es la fuerza del amor del Padre. Es vida y la
comunica. Todos los que se asimilan vitalmente al Hijo del hombre reciben el
Espíritu. 
Al llegar la crisis va a manifestarse quiénes son los verdaderos
seguidores. El Padre concede el encuentro con Jesús a los que han
aprendido de él. El encuentro con Jesús se identifica con la acogida del
Espíritu. 
Los discípulos disidentes habían limitado su visión al horizonte de la carne, es decir, al hombre sin Espíritu;
no pueden aceptar la propuesta de Jesús, que consideran excesiva para las
fuerzas humanas.
A pesar de la explicación, la mayor parte abandona a Jesús
definitivamente. La propuesta de renunciar a la ambición personal y estar
dispuesto, en cambio, a un servicio sin reservas, provoca en ellos absoluto
rechazo, ¿también vosotros queréis marcharos? En esta
situación difícil, Jesús se dirige a los Doce. Este número aparece aquí por
primera vez referido a los discípulos. Jesús está dispuesto a quedarse sin
discípulos antes que renunciar a su línea. Para él no existe salvación para la
humanidad fuera de la entrega por amor.  Otro
proyecto, por brillante que parezca, deja al hombre en la mediocridad y, por lo
mismo, termina en el fracaso.
La grave pregunta de Jesús suscita una reacción en el grupo de los Doce.
En representación de todos (en plural), ¿a quién vamos acudir?, responde
Simón Pedro. Los Doce comprenden que fuera de Jesús no hay vida. No hay otro
que pueda tomar su puesto. Las exigencias de Jesús no son una doctrina que
pueda separarse de su persona, pues en ellas expresa él su propia actitud.
Ellas remiten a la plenitud que él posee, de la que los suyos pueden participar
asimilándose a él.
2.    ORACIÓN
¿También
vosotros queréis marcharos? 
No me lo preguntes más, Jesús. 
¿Qué sería de mí sin Ti?
No quiero ni pensarlo, 
Aunque mi respuesta no sea absoluta, ni fiel,
ni sincera, 
como la de Pedro, 
no quiero marcharme de ti. 
No quiero otro pan, 
ni otra carne, 
ni otro vino, 
ni otra sangre, 
ni otras palabras que no sean las tuyas, 
que no seas TÚ.
Sé que es fácil decirlo, escribirlo. 
Quiero convertirlo en experiencia, 
en estilo, 
en opción, 
en lealtad, 
en seguimiento, 
en hechos, 
en gestos, 
en vida. 
Me pasará como a Pedro: 
fallaré, renegaré, 
seguiré con mi mentalidad triunfalista y
espectacular, 
continuaré con mi cabezonería, 
me afirmaré en mi fidelidad aunque a la más
mínima oportunidad te traicione, 
me entrará el miedo, 
me iré llorando.
Pero...
reclamaré que tú me has elegido, 
me has invitado a seguirte, 
has puesto tu confianza en mí, 
que Tú me amas.  
3.    REFLEXIÓN
El final de este capítulo 6 de san Juan es
"tremendo". Siempre me ha fascinado por varias razones: por la
libertad de Jesús al plantear la pegunta, ¿también
vosotros queréis marcharos?; por la respuesta de Pedro: ¿A quién vamos a acudir...? Y por el
antes: muchos discípulos suyos se echaron
atrás y no volvieron a ir con él. Me identifico con cada momento, he pasado
por cada situación: la intención de seguir adelante frente a tantas
adversidades; la sensación de que los demás te quieren solo cuando están de
acuerdo contigo; la duda de por dónde tirar, qué camino escoger, por qué estilo
de vida optar y proponer; sentirme afectado porque muchos que pasan, se echan a
atrás dejan de ir contigo, se acabaron las lealtades...  ¡Qué fácil es apoyar cuando pensamos que el
otro tiene razón y qué difícil seguir cuando creemos que está equivocado! Pero
he aquí la clave del discipulado. 
Es
el momento de tomar conciencia sobre qué es lo realmente importante en nuestra
vida: ¿hacer cosas o transparentar la gloria de Dios? ¿Hasta qué punto la
celebración de la Eucaristía se convierte en la fuente sana del Espíritu de
Jesús que penetra en mí para vivir la vida de Jesús? 
Es
el momento de ser, de la identidad, del verdadero yo que no necesita imponerse
o compararse, no necesita convencer a los demás, no siente la necesidad de
irradiar siempre cordialidad y sosiego. 
Es
el momento de que la vida se convierta en Eucaristía. Pasar del rito a una
forma nueva de vida, a un estilo de vida, a una actitud. Es la manera que tiene
Cristo de transformar la vida vista como un castigo o el peso de una culpa a
vivirla como una continua acción de gracias al Padre. De sentirnos deudores a
sentirnos agradecidos, de vivir como víctimas a convertirnos en altar, de vivir
comprando afectos a vivir compartiendo los dones que Dios nos ha dado, de
descubrir las fuentes de la "eterna juventud" porque sin ti no hay
palabras de vida en plenitud. 
Es
el momento de valorar la Eucaristía por lo que es, no por lo que me parece o me
he acostumbrado. No es cuestión de necesidad, es cuestión de acoger a Cristo
como Vida.     

 
No hay comentarios:
Publicar un comentario