DOMINGO
25 DE DICIEMBRE
Juan 1, 1-18
1 1En
el principio existía el Verbo,
y el Verbo
estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
2Este
estaba en el principio junto a Dios.
3Por
medio de él se hizo todo, y sin él
no se hizo nada
de cuanto se ha hecho.
4 En
él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
5Y
la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
6Surgió
un hombre enviado por Dios,
que se llamaba
Juan:
7este
venía como testigo,
para dar
testimonio de la luz,
para que todos
creyeran por medio de él.
8No
era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
9El
Verbo era la luz verdadera,
que alumbra a
todo hombre,
viniendo al
mundo.
10En
el mundo estaba;
el mundo se
hizo por medio de él,
y el mundo no
lo conoció.
11Vino
a su casa, y los suyos no lo recibieron.
12Pero
a cuantos lo recibieron,
les dio poder
de ser hijos de Dios,
a los que creen
en su nombre.
13Estos
no han nacido de sangre,
ni de deseo de
carne, ni de deseo de varón,
sino que han
nacido de Dios.
14Y
el Verbo se hizo carne
y habitó entre
nosotros,
y hemos
contemplado su gloria:
gloria como del
Unigénito del Padre,
lleno de gracia
y de verdad.
15Juan
da testimonio de él y grita diciendo:
Este es de
quien dije:
El que viene
detrás de mí se ha puesto delante de mí,
porque existía
antes que yo.
16Pues
de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
17Porque
la ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la
verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
18A
Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está
en el seno del
Padre, es quien lo ha dado a conocer.
1. COMENTARIO
1 1En
el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era
Dios. 2Este estaba en el principio junto a Dios.
El comentario más antiguo al
texto lo hallamos en la primera carta de Juan, que se abre con idénticas
palabras: Lo que existía desde el
principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida… os lo
anunciamos también a vosotros” (1 Jn 1,1-3).
La tarea es transmitir la
experiencia vital que surge de este maravilloso texto. Un “prologo” que puede
cambiar radicalmente la relación con Dios, y, en consecuencia, con los otros.
En el principio. El evangelio de Juan
comienza exactamente igual que el primer libro de la Biblia, el Génesis, en el principio Dios creó el cielo y la
tierra (Gén 1,1). Así, el evangelista enfoca su escrito desde esta misma
clave, es decir, la obra de la creación. Quiere indicarnos que la creación está
aún en marcha, se está todavía llevando a cabo. El autor solicita la
colaboración de los hombres para que pueda alcanzar su plenitud.
En el principio existía. Con esta apertura, el evangelista se sitúa
con anterioridad, incluso, a la teología del Antiguo Testamento. “Antes aun de
la creación existía ya”, nos viene a decir.
… el Verbo. (“logos” en griego). Indica
una palabra que contiene un proyecto. Es un proyecto porque formula el programa
de Dios sobre la creación, y de una palabra, porque ejecuta tal proyecto. (No
es lo mismo decir "casa" que decir "botella". La palabra
"casa" tiene ya un contenido, contiene un proyecto). El vocablo logos
puede traducirse por "verbo", "palabra",
"proyecto".
Dice, pues, el evangelista: en el principio, antes aun de la creación
del mundo existía ya… ¿qué es lo que
existía? Existía la Palabra que contenía un proyecto. Juan concentra en pocas
líneas todo el mensaje de Jesús. Un Jesús que no fue bien acogido por parte de
sus contemporáneos, lo consideraron un hombre peligroso que convenía eliminar.
Anticipa toda la novedad explosiva, asombrosa y salvadora del mensaje de Jesús.
El evangelista recalca este
concepto, porque –según la tradición bíblica- el mundo había sido creado
mediante diez palabras, que en su origen correspondían a las diez veces que
aparece la frase y dijo Dios… en el
libro del Génesis. Posteriormente, este número pasó a indicar las diez
palabras, los diez mandamientos de Moisés. El término “decálogo” deriva del
griego “deca” (diez) y “logos” (palabra). En suma, desde el inicio mismo, desde
antes de la creación del mundo, existe una única Palabra que vuelve a ocupar
ahora su lugar privilegiado, suplantando a las diez palabras.
Desde el comienzo de su obra, el
evangelista Juan se distancia de la teología contemporánea y comienza a
reemplazar las columnas de la antigua alianza, que ceden ahora su puesto a
Jesús y a su mensaje. Es importante poner de relieve esta novedad.
Antes de la creación del mundo,
existía la Palabra. Desde el primer momento de su evangelio, el autor nos
invita a conocerla. Si se llega al conocimiento de la misma, no se va ya en
busca de otras palabras, no se persigue ningún tipo de mensaje celestial. Esta
única palabra –que se contrapone a las otras diez- se manifestará en el
evangelio. El evangelista resume y concentra todo su mensaje en un único
mandamiento que sustituye y eclipsa los diez mandamientos.
El mandato nuevo de Jesús indica
una relación nueva con Dios. No se trata ya de la obediencia a Dios, como
ponían de relieve los mandamientos de Moisés. Con Jesús, se abre paso una nueva
categoría: la de la semejanza. El creyente no es ya aquél que obedece a Dios,
sino el que semeja al Padre al practicar un amor parecido al suyo.
… y el Verbo estaba junto a Dios. El
evangelista repite este concepto porque nos quiere transmitir literalmente la
impaciencia de Dios. Dios estaba impaciente por realizar este proyecto. Este
proyecto siempre ha estado en la mente, en los pensamientos de Dios. Ahora Dios
está impaciente, no ve la hora de realizarlo.
El proyecto que Dios tenía sobre
la humanidad, antes aun de la creación, sobrepasa toda posibilidad de
imaginación de parte de los hombres: ¡se trataba de un Dios, es decir, un
hombre que tuviese la condición divina! El proyecto de Dios respecto al género
humano era que el hombre alcanzase la condición divina. El proyecto de Dios es
expresión de su optimismo hacia la creación, tiende a eliminar el abismo entre
Dios y los hombres.
3Por
medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
El evangelista presenta el hecho
de la creación y está diciendo algo importante. Todo cuanto hay en la creación
(la naturaleza, los hombres, la realidad creada), existe para realizar el
proyecto. Todo aquello que existe ha venido a la vida para permitir nuestra
realización como creaturas, es decir, para permitirnos llegar a ser hijos de
Dios. El mundo ha sido creado para conducir al hombre a alcanzar la condición
divina. No hay nada que no sea expresión de la voluntad divina. Todo es
expresión del amor de Dios, y, por consiguiente, nada hay en la creación que
sea malvado de por sí.
Si se comprende esta verdad,
cambia la vida. Si comprendemos que cada cosa que vemos y tenemos, y, sobre
todo, cada persona que encontramos, es un regalo que Dios nos hace en vistas a
que realicemos el proyecto de Dios, a que lleguemos a ser sus hijos, entonces
la vida cambia, cambia por fuerza nuestra actitud. Los otros no son vistos como
enemigos o como obstáculos, se les mira con ojos de gratitud. Cada nueva persona
que conocemos es un regalo que Dios nos da como señal de amor, cada persona que
acogemos en nuestra existencia es un don que nos permite crecer.
Es verdadera también la
afirmación contraria: cada persona que excluimos o no aceptamos se convierte en
un agujero negro que obstaculiza nuestro crecer.
4 En
él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Por primera vez, aparece en el
evangelio un tema de enorme importancia, el tema de la vida. Juan habla de la vida 37 veces, por 7 de Mateo, 5 de Lucas y
4 de Marcos. En este dato de supremacía absoluta por parte de Juan se refleja
la creciente reflexión de la comunidad cristiana acerca del mensaje de Jesús.
Los primeros cristianos han descubierto, porque lo han experimentado en su
propia piel, que del mensaje de Jesús surge la plenitud de la vida. El proyecto
de Dios consiste en comunicar vida abundante a los hombres. Por eso, no tiene
sentido ya hablar de temor en relación a Dios.
¿Quién es Dios? Es Aquél que espera nuestro sí, nuestra
autorización, para irrumpir en nuestras vidas y comunicarnos plenamente toda su
riqueza vital. El Dios de Jesús no sustrae nada a las personas, se entrega a
ellas por completo. No las disminuye, las enriquece, porque las potencia con su
misma vida. Este versículo hace ver cómo todo aquello que tiene vida y es
expresión de vida procede de Dios. Todo cuanto carece de vida, o no comunica
vida, en cambio, no viene de Dios.
En las diversas religiones y
filosofías está ahora muy de moda la introspección, el encuentro con uno mismo
a través de la meditación. Jesús invita a recorrer el camino opuesto: no hay
que dedicar tiempo a buscarse a sí mismo, hay que salir fuera para ponerse al
servicio del otro.
… Y la vida era la luz de los hombres. El tema de la luz es otro
argumento que Juan ama. La tradición religiosa afirmaba, contrariamente, que la
luz es la vida de los hombres, y por luz se entendía la observancia de la Ley.
Los Salmos lo afirman claramente: Lámpara
para mis pasos es tu palabra (Sal 118). Se hablaba de ley divina, que se
hace luz en la medida que se observa fielmente. Esta ley, sin embargo,
permanecía fuera del hombre, era externa a él, pues no podía conocer al
individuo desde su interioridad.
Para el evangelista, la luz no
llega del exterior para iluminar al hombre. No sería fuente de vida, sino que
nace del interior del mismo, de su intimidad más recóndita. Es la vida la que resplandece, mientras que la
luz es la irradiación de la
existencia humana. Toda persona que secunda su propia esperanza de plenitud posee
la luz suficiente para poder caminar. Dios no gobierna a los seres humanos a
base de emanar leyes que estos deban observar, sino comunicando a cada hombre
su misma capacidad de amor, el Espíritu Santo, una fuerza interior que ilumina
a los hombres en la propia vida y estimula su deseo de plenitud.
5Y
la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Las tinieblas, autores de muerte, son el polo opuesto a la luz. Pero,
¿a qué se refiere esta expresión? En el evangelio de Juan, bajo la imagen de
las tinieblas se representan las ideologías y los sistemas de poder (político o
religioso), que impiden al hombre realizar el proyecto creador, e incluso,
llegar a conocerlo. A las autoridades religiosas y civiles les aterroriza el
proyecto de Dios sobre la humanidad, porque si el hombre alcanza ya en esta
existencia la plenitud de su crecimiento, de su humanidad, entonces llega a ser
un ser libre, independiente, un ser que no puede ser sometido más al poder.
Todos aquellos que aceptan ser dominados por las tinieblas, son muertos
vivientes, cadáveres ambulantes.
La tiniebla, en el evangelio, es todo aquello que inculca el
sometimiento en vez de la libertad, cualquier sistema, en suma, que somete a
los hombres. Estar sometido indica la dependencia respecto a una autoridad
superior, la cual se reserva siempre el derecho a decir la última palabra. La
persona, de este modo, permanece sumida en un estado infantil, estado
caracterizado por la dependencia respecto a los progenitores o figuras de
referencia.
El evangelista afirma que la luz brilla en las tinieblas. La luz
no pugna ni combate con las tinieblas, simplemente brilla. Son palabras que
consuelan y otorgan una enorme serenidad a la comunidad cristiana, la cual no
ha recibido de Jesús el encargo de luchar contra quién sabe qué enemigos
acérrimos.
… y la tiniebla no lo recibió. El
evangelista desea estimular a la comunidad cristiana que se halla perseguida,
en dificultad, y anuncia que las tinieblas no tendrán nunca la fuerza de vencer
a esta luz, porque la luz es
expresión de la aspiración de plenitud de vida por parte del hombre. Y el
hombre, aun cuando está sometido, conserva siempre dentro de sí el deseo de
alcanzar la plenitud de vida. Es suficiente que, a través de Jesús o de quien
lleve este mensaje de paz, se vuelva a despertar ese anhelo de plenitud, para
que la luz retome su vigor originario.
Con su palabra, Jesús despierta
en los hombres la aspiración a obtener la plenitud de la vida, seguro de
obtener la victoria sobre las tinieblas. Él, de hecho, asegurará: yo he vencido al mundo (Jn 16,33). Los
creyentes tienen que colaborar con Jesús para irradiar espacios de vida. Es
esta la única tarea que le es encargada a la comunidad cristiana: liberar todas
las energías vitales, transmitirlas y comunicarlas a los demás.
6Surgió
un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: 7este venía como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de
él. 8No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
A continuación, de improviso, el
evangelista interrumpe extrañamente esta ascensión a nivel teológico. Se nos
dice que para anunciar su proyecto a la humanidad, Dios tiene necesidad de un
hombre. Pero lo asombroso es que no existe en los evangelios ni un solo
profeta, ni un solo enviado de parte de Dios que pertenezca a los espacios
sagrados y personas religiosas. Cuando Dios envía alguien para anunciar su
proyecto, elige a personas normales, como a Juan, de quien solo se nos dice el
nombre. En lengua hebrea, Juan (Yohannan) quiere decir “Dios es misericordia”.
Dios no elige a un representante de la institución religiosa, sino a un hombre
lúcido que diese testimonio de la luz que iba a irrumpir.
….7este
venía como testigo, para dar testimonio de la luz. A modo de síntesis, Juan
nos invita en el prólogo a estar atentos, porque la acción de las tinieblas,
que él identifica con la institución religiosa, es tan mortífera que llega a
narcotizar a los seres humanos. Este es el verdadero crimen de la religión:
impedir que las personas razonen con el sentido común, con la propia
inteligencia.
… para que todos creyeran por medio de él. La
misión de Juan es despertar el anhelo de vida en los hombres para hacerles
conscientes de la existencia de la luz, para
que todos creyeran por medio de él. La misión de Juan es universal, pues
anticipa el programa de Dios. Todo aquél que tiene dentro de sí este deseo de
plenitud de vida es destinatario del proyecto de Dios.
Todos. Cualquier individuo, por encima raza, conducta,
nacionalidad. La extensión universal de la invitación, por otra parte, permite
entrever que la acción de las tinieblas es también universal, ha cubierto el
mundo entero. En cada ángulo del mundo existen ideologías políticas o
religiosas que impiden que el hombre alcance su plenitud. Es lo que en el
evangelio de Juan se denomina “pecado” del mundo, o sea, el rechazo de la
plenitud de vida que el Señor propone. Y se rechaza esta plenitud de vida
cuando la ideología religiosa consigue convencer a las personas de que se trate
de un mal. El proyecto de Dios es que el hombre obtenga la filiación divina,
pero esto, para las autoridades religiosas, es un crimen que se castiga con la
muerte.
…8No
era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.El evangelista deja
claro que la tarea de Juan no es la de ser portador de la luz, sino solo testigo. Era esta una clarificación necesaria, porque algunos
círculos consideraban que Juan era el Mesías. En la tradición popular, de
hecho, se pensaba que cuando viniera el Mesías, acabaría con todos ellos. Por
eso, en cuanto se corre la voz de que ese tal Juan el bautista tiene algún
parecido con la figura del esperado Mesías, se presenta en seguida una comisión
de sacerdotes y de policías del Templo de Jerusalén (los levitas), y le
preguntan, ¿Quién eres tú? Les
inquieta que Juan se declare el Mesías. Si lo hubiera hecho, lo habrían
eliminado de inmediato.
9El
Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
De nuevo encontramos el tema de la luz. Es la primera sustitución en
este evangelio de las verdades religiosas y teológicas que se consideraban indiscutibles
y que ahora son atribuidas a Jesús. El evangelista manifiesta que Jesús, con su
radicalidad, elimina las instituciones sacras del Antiguo Testamento y las
sustituye con su persona. Lo que da vida a la persona no es la observancia de
una ley, sino el hacerse pan para los otros, como hizo Jesús.
Jesús declarará que él es la verdadera vid (Jn 15), o sea, el verdadero
pueblo de Dios, pues la vid era la imagen clásica que representaba al pueblo de
Israel y ahora pasa a denominar al pueblo que es reunido en torno a Jesús.
Llegará incluso a declarar que es el verdadero
pastor (Jn 10), pues los otros no son pastores, son bandidos. Jesús se
presenta como el único guía, el pastor que da la vida por las ovejas, mientras
que tacha a los otros de mercenarios que usan las ovejas para su propio
interés. Jesús hace lo contrario.
… que alumbra a todo
hombre, viniendo al mundo. A pesar de la acción negativa de las tinieblas,
Dios consigue que llegue a cada hombre el aliciente de la plenitud de vida que
la ley intenta sofocar. Por muy densas que puedan ser las tinieblas, el amor de
Dios se las arregla siempre para alcanzar y tocar el corazón de cada ser
humano. Y esto es así, porque el deseo de plenitud es consustancial al hombre,
forma parte de su intimidad, y aunque a veces esté oculto, sofocado, en
realidad está solo aguardando el momento propicio y las condiciones necesarias para
desarrollarse y expresarse.
10 En
el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Todo cuanto existe en la creación
tiene como finalidad la realización de este proyecto, que tendrá lugar en la
figura de Jesús. Pero el evangelista hace una denuncia muy fuerte. Una vez que
este proyecto se ha cumplido, o sea, una vez que Jesús ha venido al mundo,
precisamente los suyos, las personas que mejor debían comprenderlo, no solo no
lo reconocen, sino que lo rechazan.
Juan sugiere que cuantos
pertenecen al poder, todos los que forman parte de una ideología de muerte que
impide al instinto natural del hombre poder conocer la fuente de la vida, están
imposibilitados de conocer al Dios de Jesús, que es un Dios al servicio de los
hombres.
Esta es la gran novedad que
irrumpe con Jesús en la historia de la humanidad: un Dios que se abaja hacia el
hombre a fin de elevar al hombre hasta su misma altura. Entonces, si Dios se expresa
en el servicio, se deduce que todos aquellos que dominan, o que anhelan
dominar, o que aceptan ser dominados, serán completamente refractarios a este
Dios. Por eso, el tema del desconocimiento estará presente a lo largo de todo
el evangelio. En Jn 1,26, dice Juan el bautista: En medio de vosotros está uno a quien no conocéis. Y Jesús mismo
dice: No sabéis ni de dónde vengo, ni a
dónde voy, no conocéis ni siquiera a mi Padre. Si me conocierais, conoceríais
también a mi Padre (Jn 5,31).
11Vino
a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Consecuencia trágica del desconocimiento
de Dios será el rechazo del proyecto que llevaba a la plenitud de la vida. Y esto,
por parte de quienes tendrían que haberlo acogido, es decir, los suyos. Con este término, suyos, el evangelista indica la familia
de Jesús, sus paisanos y todo el pueblo de Israel. Todos lo han despreciado. En
Nazaret lo consideraban como un santón que practicaba la brujería o como un herético,
un blasfemo merecedor de la muerte. O bien, pensaban que había perdido la
cabeza, todo ello porque Jesús había realizado algo fabuloso que nunca antes
había acaecido en la historia del mundo: había presentado un Dios distinto, que
nada demanda a la gente, un Dios que lo da todo, que no quiere ser servido, un
Dios que se pone él mismo al servicio del pueblo.
Juan recrimina la falta de
acogida por parte de los contemporáneos de Jesús, pero, al mismo tiempo, lanza
un mensaje para la comunidad de los creyentes de todos los tiempos: Dios se
manifiesta de un modo siempre nuevo. Pero en el ámbito religioso, en el cual
manda la tradición, las personas son reacias a aceptar e incapaces de reconocer
la novedad. Cuenta solo lo que siempre se ha hecho y cómo se ha hecho.
La comunidad de Jesús está llamada a ser una comunidad
dinámica animada por el Espíritu, que es siempre nuevo. En la Biblia, el
Espíritu es aquél que dice: Hago nuevas
todas las cosas. De hecho, una tradición hebrea presentaba a Dios con esta fórmula:
Dios es aquél que es, que era y que será (Éx
3,14), o sea, el Dios que conocemos es el mismo que conocieron nuestros padres
y el que se manifestará al final de los tiempos. Pues bien, la escuela del
evangelista Juan toma y emplea esta expresión, pero la modifica
sustancialmente. El autor del Apocalipsis, en efecto, escribe: Dios es aquél que es, que era, y que viene (Ap
1,4). El verbo ser cede su sitio al
verbo venir. El verbo venir indica aquí una acción continua.
En otras palabras, la experiencia de Dios que tiene la comunidad no debe ser
nunca definitiva, la última palabra. Debe siempre dejar la puerta abierta para
nuevas experiencias más grandes de Dios. ¡Cuidado con los que dicen “se ha hecho
siempre así”, porque están cerrando la puerta al Espíritu del Señor! La
experiencia real del Dios que es y que era, debe servir como base para
reconocer y acoger un Dios que
continuamente viene, que se manifiesta sin pausa en la creación. Los que se
aferran a la imagen del Dios que era, se convierten en guardianes del mausoleo
embalsamado de un Dios perteneciente al pasado. Y de ese modo, se corre el
riesgo de saber todo acerca de Dios, pero no saberlo reconocer cuando se
presenta.
12Pero
a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en
su nombre.
Llegamos al versículo central. A
pesar del rechazo de parte de la familia de Jesús y del pueblo de Israel, ha
habido también una respuesta positiva, fuera del pueblo de Israel.
Juan está pensando aquí en los
samaritanos, en los heréticos, en los paganos que han reconocido y acogido a
Jesús.
Distanciándose, también aquí, de
la tradición religiosa judía, el evangelista no habla de un Dios hacia el cual
la persona deba tender, al cual la persona deba siempre buscar. Habla de un
Dios que la persona puede acoger. Pero la acogida de Dios está condicionada por
un profundo cambio de mentalidad. Acoger a Dios supone estar dispuestos a
cambiar la idea que uno tiene de la divinidad, para adaptarla a la imagen que
se contempla en Jesús. La búsqueda de Dios es una empresa vana y confusa en la medida
en que es vana y abstracta la imagen de Dios objeto de dicha búsqueda: un Dios
que, dice la Biblia, nadie ha visto nunca. La acogida que Jesús proclama es, al
contrario, inmediata y concreta.
La búsqueda de Dios puede aislar
a la persona del mundo y puede acabar desembocando en misticismos estériles e
inútiles. La acogida de Dios inserta a la persona dentro de la sociedad con una
acción positiva e eficaz en favor de la humanidad.
… les dio poder de ser Hijos de Dios. He
aquí el centro del prólogo, del proyecto de Dios sobre la humanidad. Se trata
de un Dios que propone a los hombres establecer una relación muy especial, pero
no como hizo Moisés, siervo de Dios, que propuso una alianza entre los siervos
y su señor, alianza basada en el sometimiento y en la obediencia. Jesús ofrece
una alianza entre los hijos y su Padre, basada no en la obediencia, sino en la
práctica de la similitud: les dio poder
para ser Hijos de Dios.
El proyecto de Dios sobre la
humanidad es comunicar su misma condición divina a los hombres para hacerlos
como él.
Con Jesús, el hombre no es un
gusano. Es está llamado a realizarse en plenitud y a alcanzar la condición
divina, la del hijo de Dios. Jesús revoluciona las relaciones existentes entre
Dios y el hombre, e instaura una relación Padre-hijo basada en la semejanza.
Si queremos saber si actuamos o
no como hijos de Dios, reflexionemos sobre tres elementos:
·
¿Somos capaces de amar a quien no se lo merece?,
porque el Padre se comporta precisamente
así con nosotros.
·
¿Somos capaces de hacer el bien simplemente por
la alegría de hacer el bien?, sin esperar nada a cambio.
·
¿Somos capaces de conceder el perdón antes de
que nos lo pidan?
Si es así, podemos estar seguros
que somos semejantes al Padre en su obra. En el evangelio de Juan, aparte de la
posibilidad de llegar a ser hijos de Dios obteniendo la condición divina,
existe también la posibilidad de convertirse en “hijos del diablo”. La suerte
de la persona depende, pues, de aquél a
quien decide parecerse.
Hijo de Dios es quien orienta su existencia al servicio de los
demás. Cuanto más damos, más se enriquece nuestra existencia. Donarse al otro
no hace que la persona disminuya, la ayuda a crecer. Porque Jesús se donó sin reservas,
obtuvo la vida completa. El discurso opuesto lo podemos hacer sobre Judas, al
cual el evangelista define e identifica como ladrón, porque retiene para sí lo
que pertenece a otros. Judas es el hijo del diablo, aquél que posee la vida de
los otros, lo que ellos son y tienen, aspirando para sí la linfa vital ajena.
Pero quien sustrae la linfa vital de los demás, sus energías, en realidad no
hace más que renunciar y desprenderse de su propia fuente de vida. Quien comunica
vida, enriquece su existencia, quien quita vida opta por empobrecer la propia
vida. Solo quien la entrega, reencuentra su vida, quien la retiene celosamente,
la pierde, frustrando así su proyecto vital.
… a los que
creen en su nombre. Creer en el evangelio de Juan significa conectar con alguien,
en este caso, a Jesús y a su mensaje; en su
nombre supone la identificación con el Señor. Se convierte en hijos de Dios
mediante la opción personal por Jesús. Pero es necesario tener en cuenta que
esto no se realiza de una vez para siempre. Es una condición dinámica: cada vez
que optamos por vivir para los demás, estamos alimentando la vida en nosotros
mismos. Esta opción se va desarrollando y expresando en el tiempo de manera progresiva,
a través de una actividad que semeja la obra que Dios mismo lleva a cabo: comunicar
vida mediante obras de amor.
Bajando al terreno de lo
concreto, ser hijos de Dios supone renunciar radicalmente a tres ambiciones,
decir un no firme a tres verbos malditos: poseer, escalar, mandar, los cuales
desde siempre suscitan en el hombre reacciones de rivalidad, odio y violencia.
Renunciando a la mentalidad que estos tres verbos transmiten, se colabora con
Jesús en la construcción del Reino de Dios, esa sociedad distinta en que cada
ser humano puede vivir libre y feliz, dando la espalda a los falsos valores
como el dinero, la ambición, la riqueza, para sustituirlos con el compartir y con
el servicio. He aquí la definición del hijo de Dios: aquél que está siempre
dispuesto a compartir lo que es y lo que tiene con los demás, la persona que ha
orientado su existencia al servicio del prójimo.
13Estos
no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que
han nacido de Dios.
Jesús no reclama adhesión a
determinadas verdades teológicas. Invita a optar por él como persona: Aquí, el
evangelista supera la teología del Antiguo Testamento. En el libro del Génesis
se lee que: Dios creó a los hombres a su
imagen y semejanza. La creación es, pues, una obra externa a Dios, que Dios
cumple. Juan, en cambio, afirma que las personas han sido generadas de Dios; se trata de una generación que
parte de lo más íntimo, de la interioridad de Dios.
Con estas palabras, el
evangelista subraya aquí dos tipos de nacimiento: el humano y el divino.
·
Primero. En Jn 3,3 afirma: El que no nazca (= vuelva a nacer) de lo alto, no puede ver el Reino de Dios. De lo alto es una expresión que indica la procedencia divina. Si
uno no cambia completamente la orientación de la propia existencia, y la
orienta en Dios, no ve el Reino de
Dios. La primera fase consiste en orientar la existencia colocando en el centro
de la misma, como valor absoluto, el bien de los hombres.
·
Segundo. El
que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios
(3,5). Primero se divisa el Reino, después se penetra en el mismo. Nacer de agua y de Espíritu significa el
bautismo en el Espíritu santo: dejarse empapar, quedar sumergidos completamente
en el amor de Dios, para traducirlo luego en conductas prácticas de amor.
14Y
el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria:
gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
El evangelista evita el término “hombre”,
que habría sido más lógico. Emplea carne
porque es una palabra que indica de modo más evidente la debilidad de la
humanidad. El proyecto divino se realiza en la debilidad de la existencia
humana de Jesús, no en la potencia desbordante de un “super hombre”. La
plenitud de la vida de Dios brilla en un hombre de carne y hueso, en la
debilidad de la condición humana: se trata de una persona visible, accesible,
palpable.
Por primera vez aparece indicada
cuál sea la meta de la obra creadora de Dios, el objetivo hacia el que tendía
toda su acción: que el hombre mortal obtenga la condición divina. Toda la acción
creadora de Dios, sin ninguna excepción, converge en este único punto: que el
hombre alcance la condición divina, y esto se ha realizado en Jesús. Jesús es
el hombre en plenitud, el modelo de hombre, aquél que –habiendo realizado en
plenitud su propia humanidad- alcanza la condición divina.
… y habitó entre nosotros. Sería mejor traducir
por: “Puso su tienda – acampó- entre nosotros”. Juan está usando la imagen de
la tienda porque en el Antiguo Testamento, Dios pidió a Moisés que le hiciera
una tienda en la que él pudiera caminar junto al pueblo. Por tanto, Dios no era
distante del pueblo, había decidido habitar junto a él, y, dado que el pueblo
habitaba en tiendas, también Dios lo hace. Dios solicita a Moisés una tienda en
la que habitar y desde la que poder manifestar su gloria. La tienda es figura,
pues, de la manifestación visible de la santidad y del poder divinos. En Éxodo
40,34-35 leemos: La nube cubrió entonces
la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada. Moisés no pudo entrar
en la Tienda del Encuentro, porque la nube moraba sobre ella y la gloria del
Señor llenaba la Morada”. Ahora, escribe el evangelista una novedad radical:
la tienda de Dios, el lugar donde el Señor habita entre los seres humanos y
muestra su gloria, es un hombre. Un hombre mortal, un hombre débil en quien se
manifiesta la plenitud de la gloria de Dios.
El Templo ya no es necesario. Resulta además inútil y
nocivo, porque es el lugar en el que los creyentes ofrecían los sacrificios a
Dios. Pero este no es el Dios de Jesús. El Dios de Jesús no demanda nada de los
hombres. Es él quien comunica todo a los hombres. Por eso, ya no hay necesidad
del Templo. De ahí que Jesús se sirva de un azote para expulsar a los vendedores del Templo (Jn 2,13-25).
El culto a Dios no precisa de un lugar privilegiado. No
tiene ya sentido la distinción entre espacio sagrado y espacio profano. El
verdadero culto a Dios consiste solo en extender su amor entre los hombres, y
esto es posible siempre y en cualquier lugar. No se requieren Templos sagrados
ni santuarios, espacios privilegiados, cuya época ya ha concluido. Y este tipo
de culto, lejos de privar de algo al hombre, lo eleva y lo hace cada vez más
semejante al Padre.
… y hemos
contemplado su gloria. Viene a decir: en esta tienda en la que ha acampado este “proyecto” de Dios, en esta
palabra, se ha manifestado la gloria, el esplendor de la presencia divina que
manifestaba su santidad. Esta no está ya sujeta a un lugar material,
resplandece en una persona que se puede tocar y ver, Jesús. Dios no guarda celosamente
su gloria, la comunica a los hombres.
En el evangelio de Juan encontramos un episodio
significativo en el que Jesús manifiesta su gloria. Se halla al inicio del
evangelio, y Juan dice expresamente: Aquí manifestó Jesús su gloria
(2,11). Esta expresión –que no es usada en referencia a ninguna de las acciones
extraordinarias que cumple Jesús, como la resurrección de Lázaro u otros
eventos destacados-, la usa el evangelista para la transformación del agua en
vino en las bodas de Caná. ¿Qué significado tiene dicha transformación? La
nueva relación de Dios con los hombres. El ser humano no tiene que merecerse el
amor de Dios, puede acogerlo como un don gratuito que le es concedido. Y es
precisamente aquí donde Jesús manifiesta su gloria. La antigua alianza, basada
en la observancia de la ley, es sustituida por la nueva, fundada en el amor
gratuito e incondicionado.
La gloria de Jesús se manifiesta en el anuncio de una
nueva relación entre Dios y el hombre, que se fundamenta ahora en la semejanza,
más allá de la obediencia. Cada vez que el hombre es capaz de amar a quien no
lo merece, de hacer el bien sin pretender nada a cambio, de adelantarse a
perdonar antes que se le solicite el perdón, allí se manifiesta la gloria de
Dios. Con Jesús –dice Juan- no solo se puede ver la gloria de Dios, sino que
ésta viene comunicada a los creyentes.
… gloria como
del Unigénito del Padre. Por hijo único, primogénito o Unigénito, se entendía en la cultura de la época, la figura del
heredero, aquél que recibía todo cuanto poseía su padre. La gloria que brilla
en Jesús no es un simple reflejo de la de Dios, es la plenitud de la gloria del Padre. Este es un detalle muy
importante, porque de ahí se deduce que Jesús no es como Dios, sino que Dios es
como Jesús. Este es un punto de partida esencial para comprender todo el
desarrollo del evangelio.
¿Qué quiere decir aquí Juan? Si decimos que Jesús es como
Dios, quiere decir que partimos de una determinada imagen de Dios. Pero es una
imagen creada por la devoción, por las filosofías o las supersticiones,
proyección, en definitiva, de los miedos, ambiciones y frustraciones humanas.
El evangelista da la vuelta por completo al razonamiento: ¡Dios es como Jesús! A Dios nadie lo ha visto nunca, el único
modo para descubrir quién es Dios, consiste en fijar la mirada en Jesús.
La presencia de Jesús manifiesta la misma presencia del
Padre.
·
En Juan 14, Felipe solicita a Jesús: Muéstranos
al Padre y nos basta. La respuesta de Jesús es demoledora: ¡Hace tanto
tiempo que estoy con vosotros, Felipe, y aún no me conoces! Quien me ha visto a
mí, ha visto al Padre.
·
El conocimiento de Jesús da paso al conocimiento
de Dios: ¿Cómo puedes decir: muéstranos al Padre? Las palabras que yo digo,
no las digo por cuenta propia; el Padre que permanece en mí, cumple sus obras.
Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí; al menos, creedlo por las obras”
(14,8-11).
Para Jesús, el único criterio de validez son las obras,
obras que han comunicado vida a los hombresLa presencia del Padre en Jesús y en
las personas se manifiesta mediante obras que extienden la acción creativa de
Dios, obras que comunican vida. Nosotros prolongamos la acción creadora del
Padre cada vez que transmitimos energías vitales y comunicamos vida a los
demás.
El prólogo prosigue en un crescendo embriagador, hasta
alcanzar cotas de alturas insospechadas.
… lleno de
gracia y de verdad. Juan se remonta a la tradición del Antiguo Testamento,
donde se afirma que Dios es misericordioso y leal, rico de gracia y de
fidelidad (Sal 85). El adjetivo hebreo que significa rico, se puede
traducir también por lleno. La plenitud del hijo consiste en el amor, y
el término gracia indica un amor generoso que se traduce en don.
Dios no dirige su amor a quien se lo merece, sino a quien
lo necesita. El amor de Dios no nace de la necesidad del hombre, sino que la
precede. Esta afirmación otorga gran serenidad al hombre, porque le hace
consciente de la magnitud del regalo que se le concede gratuitamente y de forma
incondicionada. Es un amor que precede a la misma creación y que no desea sino
comunicarse a manos llenas. Así pues, lleno de gracia y de verdad
significa el colmo de un amor que es fiel. Aunque el ser humano caiga en la
infidelidad, el amor de Dios permanecerá siempre fiel, como Jesús es fiel a lo
largo de todo el evangelio.
Según una imagen bíblica, el pecado del hombre es como una
piedra que cae en un torrente de agua. La piedra no solo no detiene la
corriente, sino que le da aún más ímpetu. Paradójicamente, cuanto más pecamos,
mayormente suscitamos el amor de Dios hacia nosotros.
15Juan
da testimonio de él y grita diciendo: Este es de quien dije: El que viene detrás
de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.
El
evangelista, ahora, traslada al lector el testimonio de Juan el bautista. Juan
niega que él sea el Cristo, el esposo de Israel. Jesús es quien debe fecundar a
este pueblo.
Los momentos del amor que Dios comunica se suceden en un movimiento
creciente y sin límites, excepto los límites que pone el ser humano. Jesús lo dice:
Dios no da el Espíritu con medida, es decir, Dios concede su Espíritu –o sea, el amor- sin medida. El amor de Dios es
ilimitado, los límites los ponemos nosotros.
El mensaje de Jesús no se transmite a través de proclamas
doctrinales, sino mediante la transmisión de experiencias de vida. No tiene
sentido inculcar la doctrina a la fuerza, la persona acaba vomitando y rechazando
todo. Hay que hacer percibir a los demás la riqueza de la vida de Cristo. Y entonces,
solo cuando la persona se interroga acerca de lo que hay detrás de esta vida,
entonces tiene sentido ofrecer explicaciones doctrinales. Los gestos que
comunican vida son comprendidos universalmente, en cada época y lugar, y son siempre
los mismos: por ejemplo, no hace falta ninguna explicación para entender lo que
es una caricia, un beso, un abrazo, etc. La prueba que puede aportar la
comunidad cristiana para dejar constancia de la vida genuina que atesora,
consiste en una respuesta generosa de amor al amor que ha recibido de parte de
Dios; esta respuesta de la comunidad dará ocasión al Padre eterno para que
derrame más amor aún, y esto conducirá al individuo hacia su crecimiento
verdadero.
Jesús nos presenta la imagen de un Dios que no se deja
vencer en cuanto al celo hacia sus hijos. Cuanto más grande sea la respuesta
del hombre a su amor, mayor será la acción del Espíritu sobre él, acción que lo
transforma en hijo de Dios. Es como el obrar de un padre que continuamente
comunica vida al hijo para hacerle crecer. Todo aquél que produce amor, atrae y
suscita la intervención de Dios, quien va eliminando progresivamente el mal que
pueda haber en la persona. En efecto, la respuesta del Padre al hombre que
produce amor no es otra que la eliminación gradual de los aspectos que le
impiden vivir libremente la capacidad de amar.
Nuestro objetivo exclusivo debe ser, por tanto,
esforzarnos por amar siempre más y mejor a las personas que tenemos en torno.
Cuando el Padre observa esta actitud, colabora a que crezca este amor.
17Porque
la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por
medio de Jesucristo.
Con Jesús, ha finalizado para siempre la relación con Dios
que se basaba en el cumplimiento riguroso de la ley. Por ley se entendían los
cinco primeros libros de la Biblia, los cuales contenían todas las normas de comportamiento,
incluidos los mandamientos, que hacían posible el encuentro entre los hombres y
Dios. Bien, todo esto ya no tiene vigencia, ha pasado a la historia.
La gracia y la verdad, o sea, este amor fiel, nos
han llegado por Jesucristo. En la Antigua alianza, el creyente obedecía a
Dios observando sus leyes. En la nueva alianza, el creyente es quien se asemeja
al Padre a base de poner en práctica un amor similar al suyo. ¿Cuál es la diferencia?:
mientras que la infidelidad y la traición del hombre hacían nulo, abolían el
pacto con Dios, ahora el amor fiel de Dios no admite ningún tipo de condicionamiento.
Aunque el hombre no lo ame, Dios sigue amando al hombre. A pesar de la
infidelidad del ser humano, Dios permanece fiel, porque el pecado del hombre no
interrumpe la comunicación de amor por parte de Dios.
18A
Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es
quien lo ha dado a conocer.
El versículo conclusivo supone, en realidad, una invitación
a leer el evangelio. El evangelista es categórico. El Hijo único que es Dios y
está en el seno del Padre, es él quien nos lo ha revelado. Expresándose así, el
evangelista relativiza la importancia de todas las afirmaciones contenidas en
el Antiguo testamento, todo cuanto enseñan Moisés, Elías y otros.
Aparece ahora por primera vez en el prólogo y en el
evangelio la definición de Dios como Padre,
que es necesario entender según la cultura de la época. En la lengua hebrea no
existe el término “progenitores”. Existe un padre y una madre, con funciones
completamente diferentes. El padre es quien genera al hijo, la madre, una especie
de incubadora que recibe el semen del hombre, lo hace desarrollar y, luego, lo
trae al mundo. Hoy sabemos que en el hijo están combinados elementos tanto del
padre como de la madre, pero en aquella época esto no era evidente. Por ello,
afirmando que Dios es Padre, el
evangelista pretende decir que recibimos la vida solo de él. Esta frase
constituye la conclusión del prólogo, así como el inicio a la lectura del
evangelio.
Como conclusión podemos afirmar que el único modo de conocer
a Dios es conocer a Jesús, y en este momento, se nos abren las páginas del
evangelio. En las mismas, encontramos un rasgo que se repite constantemente, un
rasgo característico de Jesús y, por tanto, también de Dios: nos encontramos
con un Dios enamorado de los hombres, un Dios que se coloca siempre a favor de
ellos, un Dios que comunica vida y, sobre todo, un Dios que se pone al servicio
de los hombres para lavarles los pies.
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