SÁBADO
31 DE DICIEMBRE
Juan 1,1-18
1En el principio existía el Verbo,
y el Verbo estaba junto a Dios, y el
Verbo era Dios.
2Este estaba en el principio junto a
Dios.
3Por medio de él se hizo todo, y sin él
no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
4 En él estaba la vida, y la vida era la
luz de los hombres.
5Y la luz brilla en la tiniebla, y la
tiniebla no lo recibió.
6Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
7 este venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de
él.
8No era él la luz, sino el que daba
testimonio de la luz.
9El Verbo era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre,
viniendo al mundo.
10 En el mundo
estaba;
el mundo se hizo por medio de él,
y el mundo no lo conoció.
11Vino a su casa, y los suyos no lo
recibieron.
12Pero a cuantos lo recibieron,
les dio poder de ser hijos de Dios,
a los que creen en su nombre.
13Estos no han nacido de sangre,
ni de deseo de carne, ni de deseo de
varón,
sino que han nacido de Dios.
14Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria como del Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
15Juan da testimonio de él y grita
diciendo:
Este es de quien dije:
El que viene detrás de mí se ha puesto
delante de mí,
porque existía antes que yo.
16Pues de su plenitud todos hemos
recibido, gracia tras gracia.
17Porque la ley se dio por medio de
Moisés,
la gracia y la verdad nos han llegado
por medio de Jesucristo.
18A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios
unigénito, que está
en el seno del Padre, es quien lo ha
dado a conocer.
2. COMENTARIO[1]
El comentario más antiguo al texto lo
hallamos en la primera carta de Juan, que se abre con idénticas palabras: Lo que existía desde el principio, lo que
hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron
nuestras manos acerca de la Palabra de vida… os lo anunciamos también a
vosotros 1 Jn 1,1-3.
La tarea es transmitir la experiencia vital
que surge de este maravilloso texto. Un “prologo” que puede cambiar
radicalmente la relación con Dios, y, en consecuencia, con los otros.
En el
principio…
El evangelio de Juan comienza con en el principio. Exactamente igual que
el primer libro de la Biblia, el libro del Génesis, en el principio Dios creó el cielo y la tierra Gén 1,1. Así, el
evangelista quiere indicarnos que la creación está aún en marcha, se está
todavía llevando a cabo. Con esta apertura, el evangelista se sitúa con
anterioridad, incluso, a la teología del AT. Antes aun de la creación existía ya... nos viene a decir.
… existía el
Verbo.
Es un vocablo que nuestros antepasados usaban
con cierta frecuencia (proferir verbo, verbo divino, etc.), pero que, para el
hombre de hoy, no deja de ser un lenguaje anticuado.
Verbo (“logos” en griego) indica una
palabra que contiene un proyecto. Se trata de un proyecto que formula el
programa de Dios sobre la creación, y de una palabra, porque ejecuta tal
proyecto. (No es lo mismo decir "casa" que decir "botella".
La palabra "casa" tiene ya un contenido, contiene un proyecto). El
vocablo logos puede traducirse por "verbo", "palabra",
"proyecto".
¿Qué es lo que existía? Existía la Palabra
que contenía un proyecto. Juan concentra en pocas líneas todo el mensaje de
Jesús. Un Jesús que no fue bien acogido por parte de sus contemporáneos, lo
consideraron un hombre peligroso que convenía eliminar. El evangelista recalca
este concepto, porque –según la tradición bíblica- el mundo había sido creado
mediante diez palabras, que en su origen correspondían a las diez veces que
aparece la frase Y dijo Dios… en el
libro del Génesis. Posteriormente, este número pasó a indicar las diez
palabras, los diez mandamientos de Moisés. El término “decálogo” deriva del
griego deca (diez) y logos (palabra). En suma, desde el
inicio mismo, desde antes de la creación del mundo, existe una única Palabra
que vuelve a ocupar ahora su lugar privilegiado, suplantando a las diez
palabras.
… y el Verbo
estaba junto a Dios.
El evangelista repite
este concepto porque nos quiere transmitir literalmente la impaciencia de Dios.
Dios estaba impaciente por realizar este proyecto, un proyecto que es previo a
la creación del mundo y que se manifiesta mediante la Palabra. Este proyecto
siempre ha estado en la mente, en los pensamientos de Dios.
El proyecto que Dios
tenía sobre la humanidad, antes aun de la creación, sobrepasa toda posibilidad
de imaginación de parte de los hombres: el proyecto de Dios respecto al género
humano era que el hombre alcanzase la condición divina. Este proyecto es
expresión de su optimismo hacia la creación, tiende a eliminar el abismo entre
Dios y los hombres.
El evangelista presenta el hecho de la
creación y está diciendo algo extremamente importante. Todo cuanto hay en la
creación (la naturaleza, los hombres, la realidad creada), existe para realizar
el proyecto. El mundo ha sido creado para conducir al hombre a alcanzar la
condición divina. No hay nada que no sea expresión de la voluntad divina. Todo
es expresión del amor de Dios, y, por consiguiente, nada hay en la creación que
sea malvado de por sí.
Si se comprende esta verdad, cambia la vida.
Si comprendemos que cada cosa que vemos y que tenemos, y, sobre todo, cada
persona que encontramos es un regalo que Dios nos hace en vistas a que
realicemos el proyecto de Dios, a que lleguemos a ser sus hijos, entonces la
vida cambia, cambia nuestra actitud. Los otros no son vistos como enemigos o
como obstáculos, se les mira con ojos de gratitud. Cada nueva persona que
conocemos es un regalo que Dios nos da como señal de amor, cada persona que
acogemos en nuestra existencia es un don que nos permite crecer.
En él estaba
la vida, y la vida era la luz de los hombres...
Por primera
vez, aparece en el evangelio un tema de enorme importancia, el tema de la vida. Los primeros cristianos han
descubierto, porque lo han experimentado en su propia piel, que del mensaje de
Jesús surge la plenitud de la vida. El proyecto de Dios consiste en comunicar
vida abundante a los hombres. Por eso, no tiene sentido ya hablar de temor en
relación a Dios.
… Y la vida
era la luz de los hombres.
El tema de
la luz es otro argumento que Juan
ama. La tradición religiosa afirmaba, contrariamente, que la luz es la vida de
los hombres, y por luz se entendía la observancia de la Ley. Los Salmos lo
afirman claramente: Lámpara para mis
pasos es tu palabra Sal 118.
Para el evangelista, la luz no llega del
exterior para iluminar al hombre, sino que nace del interior del mismo, de su
intimidad más recóndita. Es la vida
la que resplandece, mientras que la luz
es la irradiación de la existencia humana.
Y la luz
brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
En el
evangelio de Juan, bajo la imagen de las tinieblas se representan las
ideologías y los sistemas de poder (político o religioso), que impiden al
hombre realizar el proyecto creador, e incluso, llegar a conocerlo.
La tiniebla es todo aquello que inculca el sometimiento en vez de la libertad,
cualquier sistema, en suma, que somete a los hombres. En el
evangelio de Juan -y esto resulta realmente escandaloso- las peores tinieblas,
aquéllas que convencen a los hombres de la necesidad de venerar a los
opresores, son identificadas con las autoridades religiosas. Ellas constituyen
el poder más feroz y destructivo: dominan a las personas, las esclavizan y, por
si fuera poco, de ellas pretenden amor y veneración. Son ellas las que tratan
de apagar a Jesús, que se define a sí mismo como luz del mundo Jn 12,46.
El evangelista afirma que la luz brilla en las tinieblas. La luz
no pugna ni combate con las tinieblas, simplemente brilla. Son palabras que
consuelan y otorgan una enorme serenidad a la comunidad cristiana, la cual no
ha recibido de Jesús el encargo de luchar contra quién sabe qué enemigos
acérrimos.
Surgió un
hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan...
A continuación, de improviso, el evangelista
interrumpe extrañamente esta ascensión a nivel teológico. Se nos dice que para
anunciar su proyecto a la humanidad, Dios tiene necesidad de un hombre. Pero lo
asombroso es que no existe en los evangelios ni un solo profeta, ni un solo
enviado de parte de Dios que pertenezca a los espacios sagrados y personas
religiosas. Cuando Dios envía alguien para anunciar su proyecto, elige a
personas normales, como a Juan, de quien solo se nos dice el nombre.
·
Este venía
como testigo, para dar testimonio de la luz... A modo de
síntesis, Juan nos invita a estar atentos, porque la acción de las tinieblas,
que él identifica con la institución religiosa, es tan mortífera que llega a
narcotizar a los seres humanos.
·
Para que
todos creyeran por medio de él. La misión de Juan es despertar el
anhelo de vida en los hombres para hacerles conscientes de la existencia de la
luz, para que todos creyeran por medio de
él. La misión de Juan es universal, pues anticipa el programa de Dios. Todo
aquél que tiene dentro de sí este deseo de plenitud de vida es destinatario del
proyecto de Dios.
·
Todos. Cualquier
individuo, por encima de raza, conducta, nacionalidad. La extensión universal
de la invitación, por otra parte, permite entrever que la acción de las
tinieblas es también universal, ha cubierto el mundo entero. El proyecto de
Dios es que el hombre obtenga la filiación divina, pero esto, para las
autoridades religiosas, es un crimen que se castiga con la muerte.
El evangelista deja claro que la tarea de
Juan no es la de ser portador de la luz, sino solo testigo. Era esta una clarificación necesaria, porque algunos
círculos consideraban que Juan era el Mesías.
El Verbo era
la luz verdadera, que alumbra a todo hombre...
De nuevo encontramos el tema de la luz. El evangelista manifiesta que
Jesús, con su radicalidad, elimina las instituciones sacras del AT y las
sustituye con su persona. Lo que da vida a la persona no es la observancia de
una ley, sino el hacerse pan para los otros, como hizo Jesús.
A
pesar de la acción negativa de las tinieblas, Dios consigue que llegue a cada
hombre el aliciente de la plenitud de vida que la ley intenta sofocar. Por muy
densas que puedan ser las tinieblas, el amor de Dios se las arregla siempre
para alcanzar y tocar el corazón de cada ser humano.
La gran novedad que irrumpe con Jesús en la
historia de la humanidad está en un Dios que se abaja hacia el hombre a fin de
elevar al hombre hasta su misma altura. Entonces, si Dios se expresa en el
servicio, se deduce que todos aquellos que dominan, o que anhelan dominar, o
que aceptan ser dominados, serán completamente refractarios a este Dios.
Vino a su
casa, y los suyos no lo recibieron.
Consecuencia trágica del desconocimiento de
Dios será el rechazo del proyecto que llevaba a la plenitud de la vida. Y esto,
por parte de quienes tendrían que haberlo acogido, es decir, los suyos. Con este término, suyos, el evangelista indica la familia
de Jesús, sus paisanos y todo el pueblo de Israel. Todos lo han despreciado.
Juan recrimina la falta de acogida por parte de los contemporáneos de Jesús,
pero, al mismo tiempo, lanza un mensaje para la comunidad de los creyentes de
todos los tiempos: Dios se manifiesta de un modo siempre nuevo. Pero en el
ámbito religioso, en el cual manda la tradición, las personas son reacias a
aceptar e incapaces de reconocer la novedad. Cuenta solo lo que siempre se ha
hecho y cómo se ha hecho.
Pero a
cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en
su nombre.
Llegamos al versículo central. A pesar del
rechazo de parte de la familia de Jesús y del pueblo de Israel, ha habido
también una respuesta positiva, fuera del pueblo de Israel. Juan está pensando
aquí en los samaritanos, en los heréticos, en los paganos que han reconocido y
acogido a Jesús.
Acoger a Dios supone estar dispuestos a
cambiar la idea que uno tiene de la divinidad, para adaptarla a la imagen que
se contempla en Jesús. La búsqueda de Dios es una empresa vana y confusa en la
medida en que es vana y abstracta la imagen de Dios objeto de dicha búsqueda:
un Dios que, dice la Biblia, nadie ha visto nunca. La acogida que Jesús
proclama es, al contrario, inmediata y concreta.
... les dio poder para ser Hijo de Dios es quien
orienta su existencia al servicio de los demás. Cuanto más damos, más se
enriquece nuestra existencia. Donarse al otro no hace que la persona disminuya,
la ayuda a crecer. Porque Jesús se donó sin reservas, obtuvo la vida completa.
·
… a los que
creen en su nombre. Creer, en el evangelio de Juan, significa
conectar con alguien, en este caso, a Jesús y a su mensaje; en su nombre supone la identificación
con el Señor. Se convierte en hijos de Dios mediante la opción personal por
Jesús. Pero es necesario tener en cuenta que esto no se realiza de una vez para
siempre.
Bajando
al terreno de lo concreto, ser hijos de Dios supone renunciar radicalmente a
tres ambiciones, decir un no firme a tres verbos peligrosos: poseer, escalar, mandar, los cuales
desde siempre suscitan en el hombre reacciones de rivalidad, odio y violencia.
Renunciando a la mentalidad que estos tres verbos transmiten, se colabora con
Jesús en la construcción del Reino de Dios. En esa sociedad distinta en que
cada ser humano puede vivir libre y feliz, dando la espalda a los falsos
valores como el dinero, la ambición, la riqueza, para sustituirlos con el
compartir y con el servicio. He aquí la definición del hijo de Dios: aquél que
está siempre dispuesto a compartir lo que es y lo que tiene con los demás, la
persona que ha orientado su existencia al servicio del prójimo.
Jesús no
reclama adhesión a determinadas verdades teológicas. Invita a optar por él como
persona. Aquí, el evangelista supera la teología del AT. En el libro del
Génesis se lee que: Dios creó a los
hombres a su imagen y semejanza. La creación es, pues, una obra externa a
Dios, que Dios cumple. Juan, en cambio, afirma que las personas han sido
generadas de Dios; se trata de una
generación que parte de lo más íntimo, de la interioridad de Dios.
Con estas palabras, el evangelista subraya
aquí dos tipos de nacimiento: el humano y el divino.
·
En Jn 3,3 afirma: El que no nazca (vuelva a nacer)
de lo alto, no puede ver el Reino de Dios. De lo alto es una expresión que indica la procedencia divina. Si
uno no cambia completamente la orientación de la propia existencia, y la
orienta en Dios, no ve el Reino de
Dios. Por tanto, la primera fase consiste en orientar la existencia colocando
en el centro de la misma, como valor absoluto, el bien de los hombres.
·
El que no
nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios 3,5.
Primero se divisa el Reino, después se penetra en el mismo. Nacer de agua y de Espíritu significa el
bautismo en el Espíritu Santo: dejarse empapar, quedar sumergidos completamente
en el amor de Dios, para traducirlo luego en conductas y prácticas de amor.
Y el Verbo
se hizo carne y habitó entre nosotros...
El evangelista emplea el término carne porque es una palabra que indica
de modo más evidente la debilidad de la humanidad. El proyecto divino se
realiza en la debilidad de la existencia humana de Jesús, no en la potencia
desbordante de un “super hombre”. La plenitud de la vida de Dios brilla en un
hombre de carne y hueso, en la debilidad de la condición humana: se trata de una
persona visible, accesible, palpable.
Toda la acción creadora de Dios, sin ninguna
excepción, converge en este único punto: que el hombre alcance la condición
divina, y esto se ha realizado en Jesús. Jesús es el hombre en plenitud, el
modelo de hombre, aquél que –habiendo realizado en plenitud su propia
humanidad- alcanza la condición divina.
·
... y habitó
entre nosotros. Sería mejor traducir por: Puso su tienda -acampó- entre nosotros. Juan está usando la imagen
de la tienda porque en el AT, Dios pidió a Moisés que le hiciera una tienda en
la que él pudiera caminar junto al pueblo. La tienda es figura de la
manifestación visible de la santidad y del poder divino Éx 40,34-35. Ahora,
escribe el evangelista una novedad radical: la tienda de Dios, el lugar donde
el Señor habita entre los seres humanos y muestra su gloria, es un hombre. Un
hombre mortal, un hombre débil en quien se manifiesta la plenitud de la gloria
de Dios.
·
… y hemos
contemplado su gloria. Viene a decir: en esta tienda en la que ha acampado este “proyecto” de Dios, en esta
palabra, se ha manifestado la gloria, el esplendor de la presencia divina que
manifestaba su santidad. Esta no está ya sujeta a un lugar material,
resplandece en una persona que se puede tocar y ver, Jesús. Dios no guarda
celosamente su gloria, la comunica a los hombres. El ser humano no tiene que
merecerse el amor de Dios, puede acogerlo como un don gratuito que le es
concedido. Y es precisamente aquí donde Jesús manifiesta su gloria.
·
… gloria
como del Unigénito del Padre. La gloria que brilla en Jesús no es un simple
reflejo de la de Dios, es la plenitud de
la gloria del Padre. Este es un detalle muy importante, porque de ahí se
deduce que Jesús no es como Dios, sino
que Dios es como Jesús. Este es un punto de partida esencial para
comprender todo el desarrollo del evangelio.
·
... lleno de
gracia y de verdad. Juan se remonta a la tradición del AT, donde
se afirma que Dios es misericordioso y leal, rico de gracia y de fidelidad
Sal 85. El adjetivo hebreo que significa rico, se puede traducir también
por lleno. La plenitud del hijo consiste en el amor, y el término gracia
indica un amor generoso que se traduce en don. Dios no dirige su amor a quien se lo merece, sino a quien lo necesita.
El amor de Dios no nace de la necesidad del hombre, sino que la precede. Es
un amor que precede a la misma creación y que no desea sino comunicarse a manos
llenas. Así pues, lleno de gracia y de verdad
significa el colmo de un amor que es fiel. Aunque el ser humano caiga en la
infidelidad, el amor de Dios permanecerá siempre fiel, como Jesús es fiel a lo
largo de todo el evangelio.
Juan da
testimonio de él...
El
evangelista, ahora, traslada al lector el testimonio de Juan el bautista. Juan
niega que él sea el Cristo, el esposo de Israel. Jesús es quien debe fecundar a
este pueblo.
Los
momentos del amor que Dios comunica se suceden en un movimiento creciente y sin
límites, excepto los límites que pone el ser humano. Jesús lo dice: Dios no
da el Espíritu con medida, es decir, Dios
concede su Espíritu -o sea, el amor- sin medida. El amor de Dios es ilimitado, los límites los
ponemos nosotros.
Porque la
ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio
de Jesucristo.
Con Jesús, ha finalizado para siempre la relación con Dios que se basaba en el cumplimiento riguroso de la ley. La gracia y la verdad, o sea,
este amor fiel, nos han llegado por Jesucristo. En la Antigua Alianza, el creyente obedecía a Dios observando sus
leyes. En la Nueva Alianza, el creyente es quien se asemeja al Padre a base de
poner en práctica un amor similar al suyo. ¿Cuál es la diferencia? Mientras que
la infidelidad y la traición del hombre hacían nulo, abolían el pacto con Dios,
ahora el amor fiel de Dios no admite ningún tipo de condicionamiento. Aunque el
hombre no lo ame, Dios sigue amando al hombre. A pesar de la infidelidad del
ser humano, Dios permanece fiel, porque el pecado del hombre no interrumpe la
comunicación de amor por parte de Dios
.
A Dios nadie
lo ha visto jamás...
El
versículo conclusivo supone, en realidad, una invitación a leer el evangelio.
El evangelista es categórico. El Hijo único que es Dios y está en el seno del
Padre, es él quien nos lo ha revelado. Expresándose así, el evangelista
relativiza la importancia de todas las afirmaciones contenidas en el AT, todo
cuanto enseñan Moisés, Elías y otros.
Aparece
ahora por primera vez en el prólogo y en el evangelio la definición de Dios
como Padre, que es necesario entender
según la cultura de la época. En la lengua hebrea no existe el término
“progenitores”. Existe un padre y una madre, con funciones completamente
diferentes. El padre es quien genera al hijo, la madre, una especie de
incubadora que recibe el semen del hombre, lo hace desarrollar y, luego, lo
trae al mundo. Hoy sabemos que en el hijo están combinados elementos tanto del
padre como de la madre, pero en aquella época esto no era evidente. Por ello, afirmando
que Dios es Padre, el evangelista
pretende decir que recibimos la vida solo de él. Esta frase constituye la
conclusión del prólogo, así como el inicio a la lectura del evangelio.
Como
conclusión podemos afirmar que el único
modo de conocer a Dios es conocer a Jesús, y en este momento, se nos abren
las páginas del evangelio. En las mismas, encontramos un rasgo que se repite
constantemente, un rasgo característico de Jesús y, por tanto, también de Dios:
nos encontramos con un Dios enamorado de los hombres, un Dios que se coloca
siempre a favor de ellos, un Dios que comunica vida y, sobre todo, un Dios que
se pone al servicio de los hombres para lavarles
los pies.
[1] Para no hacer demasiado rocoso el
comentario, lo hemos ido dividiendo a través de algunos versículos que nos van
sirviendo de indicadores de por dónde va el texto y el comentario.
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