sábado, 15 de abril de 2017

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Juan 13,1-15

1.      TEXTO
13 1Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
2Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; 3y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, 4se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; 5luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
6Llegó a Simón Pedro y este le dice: Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? 7Jesús le replicó: Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde. 8Pedro le dice: No me lavarás los pies jamás. Jesús le contestó: Si no te lavo, no tienes parte conmigo.
9Simón Pedro le dice: Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza.
10Jesús le dice: Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. 11Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: No todos estáis limpios.
12Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. 14Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: 15os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.

2.      COMENTARIO

13 1Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Esta Pascua no es “la Pascua de los Judíos”. Ahora es la Pascua de Jesús, la del Cordero de Dios, que va a permitir el éxodo de las tinieblas a la luz.
Para Jesús, el paso de este mundo al Padre será la cruz, donde se entregará para dar vida al hombre. Allí, realizará la última etapa de su éxodo, la lle­gada a la tierra prometida. Es consciente del momento que vive y, en consecuencia, de su misión. No va a la muerte, su hora, arrastrado por las circunstancias. Es él quien da su vida.

Los suyos (Israel) no lo acogieron (Jn 1,11). Jesús, sin embargo, tiene en este momento otros a quienes llama los suyos, los que le han dado su adhesión. Son la nueva comunidad, que sustituye al antiguo Israel. Su amor al hombre se ha demostrado en su vida, pero va a resplandecer en su muerte. Jesús va a mostrar su amor hasta el fin y esa será la nueva Escritura que sustituirá a la Ley.

2Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; 3y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía...
Jesús está cenando con los suyos. No se trata de la comida anticipada de Pascua, es una cena ordinaria. Jesús no celebra el rito establecido. La cena cristiana no es una continuación de la judía. Aparece de nuevo la ruptura de Jesús con las instituciones de la Antigua Alianza. La cena pascual cristiana, la cena de su éxodo, será la de su cuerpo y su sangre, preparados en la cruz.

El diablo/el Enemigo ha sido presentado antes como el padre de los dirigentes judíos (Jn 8,44). Es el principio de homicidio y mentira que inspira al círculo de poder, del dios-dinero entronizado en el Templo (Jn 2,16).
·         Dios, que es Espíritu, engendra como Padre a personas que son espíritu (Jn 3,6). El hombre nace de Dios al recibir su amor.
·         El Enemigo/diablo engendra hombres que son enemigos/diablos (Jn 6,70). El ser humano nace del Enemigo al recibir la ambición de riqueza y tomar por norma el interés propio, despojando a los demás y usando para ello la violencia y la mentira.

Por segunda vez aparece la denominación de Judas, hijo de Simón Iscariote (primera vez en Jn 6,71), en proximidad con Simón Pedro. Mediante la coincidencia de los nombres, Simón, el evangelista insinúa cierta comunidad de rasgos entre los que traicionan a Jesús, uno de obra y otro de palabra.

Jesús sabe que de él depende la salvación de la humanidad, el éxito del designio creador de Dios. Con el gesto de lavar los pies va a mostrar cómo se lleva a término la obra del Padre. Es consciente de tenerlo todo en su mano, empezando por su propia vida. Al estar en relación con la hora, la de su muerte, la acción que sigue es expresión de su última voluntad y adquiere carácter fundacional para la nueva comunidad humana.
Jesús tiene plena conciencia de su verdadero origen: Dios, que lo llenó del Espíritu y de su entrega. Es consciente del don total de sí mismo. Dios está plenamente presente como vida plena.

4...se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; 5luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Jesús va a mostrar a sus discípulos cuál es la obra de su amor por ellos y por la humanidad, interpretándola en clave de servicio.

La expresión quita el manto y su correlativa tomó el manto, que aparecerá más adelante, está en paralelo con en­tregar la vida... recobrarla. Este paralelo indica que quitarse el manto simboliza la entrega de la vida. La obra de Jesús está íntimamente ligada a su muerte.

Lavar los pies a alguien era un signo de acogida y hospitalidad o atención. De ordinario, lo hacía un esclavo no judío o una mujer; también, la esposa a su marido, los hijos/as al padre, es decir, un inferior a un superior. Este último era siempre un hombre libre, un "señor". De aquí se deduce el significado del lavado de los pies: Jesús, el Señor, el hombre libre, se hace servidor de los suyos, dándoles con ello categoría de "señores". A través de su muerte, su obra será hacer personas libres, darles su dignidad y crear igual­dad. Ese va a ser su gran servicio a la humanidad y el fruto de su amor hasta el fin. Lo hará comunicando a los hombres el Espíritu, la vida divina.

Por otra parte, al ponerse Jesús a los pies de sus discípulos destruye la idea de Dios creada por las religiones. Dios no actúa como soberano celeste, es servidor del hombre. El trabajo de Dios en favor de la humanidad no se hace desde arriba, como una condescendencia, sino desde abajo, levantando al hombre al propio nivel. En consecuencia: el deseo de hacer el bien no justifica ponerse por encima del ser humano, equivaldría a ponerse por encima de Dios, que sirve al hombre y lo eleva hasta él. Con este gesto Jesús invalidatodo dominio y deslegitima todo autoritarismo.

De lo dicho se desprende que el lavado de los pies no solo ha de interpretarse como un acto de humildad de Jesús. La grandeza mundana no es un valor al que Jesús renuncia, es una falsedad e injusticia que no acepta. La única grandeza está en ser como el Padre, don total y gratuito de sí mismo (Jn 3,16).
No se indica quién es el primer discípulo a quien Jesús lava los pies ni cuál va a ser el último: entre ellos no hay orden de superioridad, no hay desigualdad. El evangelista vuelve a mencionar que Jesús lleva la toalla ceñida. No quiere que se olvide esta señal de su servicio.

6Llegó a Simón Pedro y este le dice: Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? 7Jesús le replicó: Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde. 8Pedro le dice: No me lavarás los pies jamás. Jesús le contestó: Si no te lavo, no tienes parte conmigo.
Pedro se extraña y protesta, llama a Jesús Señor, título de superioridad, en contraste con lavar, indica inferioridad. Ha com­prendido que la acción de Jesús invierte el orden de valores. Para mostrar su desaprobación, reconoce la diferencia entre Jesús y él: ¿tú a mí? Jesús debe ocupar el trono de Israel, el discípulo es súbdito, no admite la igualdad. Jesús no se extraña de la incomprensión de Pedro, no lo entiendes ahora. Él conoce a los que ha elegido. Le anuncia que acabará por entender, pero requerirá tiempo.

Sin embargo, Pedro/"piedra", para subrayar su obsesión y cabezonería, in­siste con una negativa rotunda, en la que ya no llama a Jesús "Señor". No acepta en absoluto que Jesús se abaje. Cada uno ha de estar en su sitio. Defender el rango de otro es defender el propio. No aceptar la acción de Jesús significa no estar dispuesto a actuar como él. Pedro mantiene aún los principios de la sociedad injusta, cree que la desigualdad es legítima y necesaria. No entiende lo que significa amor, pues no deja que Jesús se lo manifieste. 

Si no te lavo, no tienes parte conmigo. La respuesta de Jesús es contundente. Si Pedro no admite la igualdad, no puede es­tar con él. Hay que aceptar que no hay jefes, sino servidores. Jesús, el Señor, es miembro de una comunidad de servicio. Quien rechaza este rasgo distintivo de su grupo queda excluido de la unión con él.

9Simón Pedro le dice: Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza.
La reacción de Pedro muestra su fidelidad a Jesús, pero también que no entiende su manera de obrar. Con tal de no separarse de él está dispuesto a hacer lo que sea, pero por ser voluntad del jefe, no por convicción. Sigue siendo dependiente. Se muestra dispuesto a obedecer, pero no a seguir.

10Jesús le dice: Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. 11Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: No todos estáis limpios.
Jesús corrige la segunda interpretación de Pedro. Lavar los pies no es un rito pu­rificatorio, sino de servicio. Jesús no se pone por encima de sus discípulos.
Haberse bañado significa estar enteramente limpio/puro. Para Jesús, sus discípulos lo están, ya no se interpone ningún obstáculo entre ellos y Dios. Dios los acepta y los quiere. El único motivo por el que el hombre puede desagradar a Dios es la negativa a hacer caso al Hijo, permanecer voluntariamente en la zona de la tiniebla. Al aceptar el mensaje de Jesús, han pasado a la luz y han quedado limpios.

12Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. 14Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: 15os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
Como se ha dicho más arriba, tomar el manto simboliza recobrar la vida (Jn 10,17s), es la victoria sobre la muerte. Sin embargo, al volver a la mesa, no se dice que Jesús se quite el manto, señal de su servicio. Este se convierte en su rasgo permanente: su amor-servicio culminará en la cruz y continuará para siempre.
Al lavarles los pies, Jesús les ha mostrado a los discípulos su actitud interior, la de un amor que no excluye a nadie ni siquiera al traidor. Si lo llaman Señor, han de estar identificados con él; si lo llaman Maestro, han de aprender de él.
·         Jesús es Maestro. Con esta acción, preludio de su muerte, les transmite la experiencia de ser amados. Les enseña a amar con un amor que responde al suyo.
·         Jesús es Señor. Es soberanamente libre. Su señorío, el de Dios, no se ejerce dominando, sino dando al ser humano una fuerza que desde su interior lo lleva a la expansión.

Lo que ha hecho Jesús, el Maestro y el Señor, no es un gesto transitorio, es una norma válida para todos y para todo tiempo. Pero el servicio no se impone. No nace del sentido del deber, sino de la espontaneidad del amor.


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