MARTES, 17 DE MARZO
Seguimos
en emergencia, en alarma. Antes de escribir este relato, me he dado una vuelta,
muy rápida, por algunos periódicos de Internet. Estoy apesadumbrado. Como no
podía ser de otra manera, la mayoría de las noticias centradas en la situación
actual del virus en España y en el mundo. Creo que no necesita más comentario.
La
primera reacción es de miedo, de preocupación. ¿Esto cuando se va a acabar? ¿Hasta
dónde va a llegar? Inmediatamente, uno lo personaliza: ¿y si me toca a mí? Después, surgen pensamientos y emociones de solidaridad.
Pienso en los enfermos, en toda la gente de los hospitales, en los que están en
sus casas, solos… LA cabeza, y el corazón, se llenan de pensamientos, sentimientos…
Es como una montaña rusa que sube y baja y parece no tener fin.
Después
de las primeras impresiones, descendiendo un poco, bajando, busco alguna referencia
en el evangelio, palabras de consuelo y de ánimo, para mí y para todos. Intento
traspasar esas aguas superficiales que tanto me crispan, un poco caóticas,
llenas de preocupaciones y huidas, y profundizar, descender en la Palabra.
Prefiero
interpretar la realidad desde el evangelio, desde Jesús. Es un intento
continuo. Los hechos son los que son. No
los puedo cambiar, pero si los puedo interpretar de maneras más sanas.
Una
de las propuestas del evangelio, es descubrir cómo interpretaba Jesús su
alrededor, sus relaciones, las diversas situaciones, como por ejemplo la
enfermedad, la maldad (el pecado), la amistad, la ayuda, el perdón, el poder,
la autoridad, la política, la economía…
En
Jesús vemos, de eso nos habla el evangelio de hoy, como lo más importante es el
perdón. El perdón que comienza por la experiencia del perdón de Dios. LO
primero es la experiencia del perdón de Dios, sentirse perdonados por Dios, in-condicionalmente,
sin condiciones. Y de aquí perdonar a
los demás. Si tengo la experiencia del perdón de Dios, podré perdonar a los
demás y a mí mismo.
Se
requiere una especie de “conciencia compasiva” que nos haga posible una vida
más humana. Machacarnos menos. No juzgar, no castigarnos. Se requiere
contemplar más. Cuesta mucho cambiar nuestra mentalidad, nuestros hábitos. Pero
ahora es tiempo oportuno para hacerlo. La naturaleza nos dice que “así no”. Es
preciso vernos, mirarnos, mirar, dejarnos mirar por Aquel que no juzga ni
condena, sino que contempla, perdona, ama.
La
compasión es la fuerza más noble porque te lleva a “sufrir con”. Es tal la
solidaridad con el otro que cargas con el sufrimiento del otro. Como Cristo. (No
es lo mismo que “pena”. La pena se fija en lo que le falta al otro o así mismo.
Tampoco es auto-compasión malsana)
Es poder mirar al otro, así mismo, con otra
mirada, con otros ojos, con los ojos de Cristo.

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