domingo, 7 de febrero de 2021

 DOMINGO VI



Marcos 1,40-45
40Se le acerca un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. 41Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero: queda limpio. 
42La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio.
43Él lo despidió, encargándole severamente: 44No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.
45Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
 
COMENTARIO
El personaje del leproso es central porque es el prototipo de los marginados. Según la concepción judía, el leproso era impuro y transmitía impureza a las personas y objetos que tenían contacto con él (Lev 13,45). Esto lo excluía de tener acceso a Dios y a los semejantes. La lepra era considerada un castigo de Dios. Rechazado por Dios, no podía salvarse.
 
El relato comienza presentándonos a un leproso que se acerca a Jesús, lo cual nos está diciendo que se está saltando la ley. El hecho que se acerque de rodillas es expresión de la propia angustia e intenta prevenir a Jesús para que castigue el hecho de que se haya acercado. El leproso no pide a Jesús que lo cure. En el relato no aparece la palabra curar, que manifestaría el aspecto físico de la enfermedad. Se habla de limpiar/purificar, lo cual está indicando que se trata de un problema religioso.
 
La clave del relato está en la forma de actuar de Jesús compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero: queda limpio. Es una especie de principio que podemos observar en todos los Evangelios. Cuando se trata de excluidos a causa de la religión, Jesús, compadecido, conmovido,... extendió la mano y le dijo: Quiero: queda limpio.
 
El verbo compadecerse, conmoverse, se aplicaba a Dios para expresar su ternura hacia los hombres. Si ahora se aplica a Jesús, podemos decir que Jesús se comporta como Dios mismo, es Dios mismo. O al revés: Dios es como Jesús.
 
El objetivo de Jesús es tocar físicamente, lo cual estaba terminantemente prohibido. Jesús se coloca al lado de los marginados, en la otra margen de la ley. El leproso viola la ley al acercarse a Jesús y, ahora, Jesús la viola al tocar al leproso.
 
Lo que dice Jesús se hace al momento. El quiero de Jesús se cumple inmediatamente. El leproso queda restablecido en su relación con Dios. Que Dios acepte al ser humano no es porque sea puro o impuro. Lo primero es la aceptación incondicional de Dios. Después, es la desaparición de la lepra, de esa mentalidad leprosa que convierte en marginados de Dios.
 
Pero el leproso, como le habían enseñado en la sinagoga, sigue creyendo que Dios lo rechaza. Jesús le regaña por seguir pensando así. Quien margina no es Dios, sino la institución religiosa. De ahí que Jesús lo despidió y le ordena que no se lo diga a nadie. El ex-leproso tiene que discernir dónde está la auténtica liberación: si en la gratuidad de Dios, manifestada en Jesús, o en el cumplimiento de los ritos mandados para comprobar si la purificación era la adecuada.
 
La experiencia que ha tenido le causa tal alegría que ya no vuelve a los sacerdotes, a las instituciones. Comienza a anunciar, a divulgar lo que le ha pasado. La experiencia de compasión de Dios y la liberación vivida causa tal alegría que no se puede esconder. Así, un leproso, un marginado por la ley religiosa y social, es el primero que se convierte en apóstol que anuncia la salvación de Dios, su liberación.
 
 
 


ORACIÓN
Señor, Jesús, límpianos de las lepras de nuestras ideas
que nos causan tanto sufrimiento.
Purifícanos de la mentalidad
de distinguir entre lo puro y lo impuro,
de juzgar a los demás y a nosotros mismos,
de dividir entre buenos y malos,
de excluir a los que no piensan como nosotros,
a los que no cumplen las leyes
que nos hemos inventado en tu nombre.
 
Extiende tu mano sobre nosotros,
tócanos con la fuerza de tu Espíritu
que nos redime y nos reconcilia,
nos devuelve a la vida en plenitud,
nos hace partícipes de tu compasión y de tu misericordia .
 
Acércate a nosotros. 
No tengas miedo de mancharte con nuestras lepras,
especialmente cuando pensamos de nosotros mismos que somos unos inaceptables.
No nos abandones en la soledad,
aunque nos sintamos vulnerables, débiles,
pecadores, pobres, rotos, frágiles.
No nos dejes caer en la tentación
de que valemos por lo que hacemos,
por lo eficaces que somos,
por lo que tenemos.
Señor Jesús, como el leproso te decimos: si quieres puedes limpiarme...

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