CUARESMA V
ANGUSTIA Y
ORACIÓN.
La primera
lectura, de tono profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios
y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial
esfuerzo para Dios ni para nosotros.
En cambio, las dos
lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre
Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús.
Un sacrificio que
le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia
se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los
Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos
contado por los evangelios sinópticos.
Final del recorrido: nueva
alianza (Jeremías 31,31-34)
Las primeras
lecturas de los domingos de Cuaresma han ofrecido una serie de momentos
capitales de la historia de la salvación:
alianza con Noé,
sacrificio de Abrahán,
decálogo,
deportación a Babilonia y liberación.
Hoy culmina
con la promesa de una nueva alianza.
El tema era
fundamental en la época del exilio, porque muchos pensaban que Dios había roto
las relaciones con su pueblo. Frente a este desánimo, el profeta repite la
antigua fórmula de la alianza del Sinaí: «Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». Pero con una diferencia
capital. Esta vez la ley no será escrita en tablas de piedra, sino en los
corazones, y todos conocerán al Señor. Demasiado optimismo por lo que respecta
a la respuesta humana. Pero nos queda el consuelo de que, aunque sigamos quebrantando
la alianza, Dios sigue perdonando nuestras culpas y no recordando nuestros
pecados.
PRIMERA
LECTURA
Lectura del
libro de Jeremías 31, 31-34
«Mirad que llegan días
—oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una
alianza nueva.
No como la alianza que
hice con sus padres,
cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto:
ellos quebrantaron mi
alianza, aunque yo era su Señor
—oráculo del Seño—.
Sino que así será la
alianza que haré con ellos,
después de aquellos días —oráculo del Señor—:
Meteré mi ley en su
pecho, la escribiré en sus corazones;
yo seré su Dios, y ellos
serán mi pueblo.
Y no tendrá que enseñar
uno a su prójimo,
el otro a su hermano, diciendo: "Reconoce al Señor".
Porque todos me
conocerán, desde el pequeño al grande
—oráculo del Señor—,
cuando perdone sus
crímenes y no recuerde sus pecados».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: Salmo 50, 3-4, 12-13. 14-15.
R. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R.
EVANGELIO: ORACIÓN
EN EL TEMPLO. Juan 12,20-33
El cuarto
evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a
la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la
autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del
huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la
explanada del templo de Jerusalén.
En aquel tiempo, entre
los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos,
acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
-Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a
Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:
-
Ha
llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hambre.
Os aseguro que si el
grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da
mucho fruto.
El que se ama a sí mismo,
se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la
vida eterna.
El que quiera servirme,
que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me
sirva, el Padre le premiará.
Ahora mi alma está
agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido,
para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo:
-Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.
La gente que estaba allí
y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un
ángel.
Jesús tomó la palabra y
dijo:
-
Esta
voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo;
ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado
sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
Esto lo decía dando a
entender la muerte de que iba a morir.
El evangelio
comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el
deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”,
paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega”
residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y
ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones
universales al final: “atraeré a todos hacia mí”.
Pero este marco de
triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar
tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva
confiesa: “me siento agitado”, angustiado.
E intenta superar
ese estado de ánimo con la reflexión y la oración.
Ante todo, procura
convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir
fruto.
Sin embargo, los
argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado.
Viene entonces el
deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame
de esta hora”.
Pero se niega a
ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir.
En vez de pedir al Padre que lo salve le pide
algo muy distinto: “Padre, glorifica tu
nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.
SEGUNDA LECTURA
ORACIÓN EN EL
HUERTO (CARTA A LOS HEBREOS)
Cristo, en los días de su
vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que
podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a
pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer.
Y, llevado a la
consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de
salvación eterna.
El relato de los
evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la
noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y
por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago
amargo.
La Carta a los
Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del
momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no
menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo
sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.
Sin embargo, el
final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le
obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras
desconcertantes: “en su angustia fue
escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un
ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la
ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero
muere.
El templo y el
huerto
Es evidente la
relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan)
o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas,
la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de
todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con
respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que
lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta,
Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte.
La ciencia bíblica
actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo
hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los
datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos
distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.
En un primer
momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo)
y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la
pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y
lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más
humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.
A las puertas de
la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente
que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a
agradecerle su entrega hasta la muerte.
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